En una sentida celebración, la Diócesis de San Isidro elevó su plegaria sincera a Dios pidiendo por la paz, al tiempo que se unía a las intenciones del Sumo Pontífice el papa Francisco, quien invitó a la Iglesia a volver la mirada a este don tan necesario en nuestro tiempo.
En el marco de la Semana de Reflexión Teológica, casi la totalidad del clero que sirve en esta Iglesia Particular se congregó en esta magna catedral, para dar testimonio del grito por la paz, pero ante todo de que el camino de la oración puede transformar el rumbo de nuestras aspiraciones y deseos; esta intención fue secundada por un significativo número de laicos que colmaron dicho espacio celebrativo.
Esta Eucaristía, que fue presidida por el obispo diocesano Mons. Fray Gabriel Enrique Montero, se vio engalanada por la presencia de dos obispos concelebrantes, Mons. Hugo Barrantes Ureña obispo emérito de la Arquidiócesis de San José y nativo de esta tierra generaleña y Mons. Guillermo Loría Garita, obispo emérito de San Isidro.
Durante la homilía, Mons. Montero precisó “estamos orando por la paz, pues tanto más la deseamos, tanto más pareciera que en la vida diaria se nos hace difícil alcanzarla; la paz es un don de todo ser humano. Pero tiene que haber algo, debe haber factores que nos quitan la paz o que hace que haya menos paz, comenzando en el corazón, luego en el grupo con el que yo vivo y por último a nivel mundial que hacen que no hayamos encontrado el secreto para construirla”.
Al referirse a los consejos prácticos que el Señor nos dejó para alcanzar la paz, indicó que a nivel personal es preciso “abrir el corazón a Dios como Ser Supremo, sin reconocer el lugar de Dios en nuestra vida y de nuestra condición de creaturas, que es un acto de profunda humildad, no podremos tener acceso al que es la fuente misma de la paz; tanto más los pueblos lo rechacen, tanto más estamos rechazando la fuente de la paz verdadera”.
En esta misma línea precisó que “es también necesario reconocernos ante Dios y los demás como pecadores, el orgullo humano nos lleva a creernos fuertes y sabios, difícilmente aceptamos nuestra condición de pequeños y pecadores; otro elemento es la incapacidad de reconocernos como somos y cómo salimos de la mano de Dios, la serenidad para aceptar en nosotros tanto las capacidades como las limitaciones, pero cuánto resentimiento en nuestro corazón contra Dios mismo, por no aceptar como soy y aceptar mis errores y faltas, mi historia y mi situación de la vida, no puedo vivir soñando castillos que no son, imágenes falsas que forjo de mí mismo y quiero vender a los demás; esos son ídolos, ahí nos damos cuenta que son arena movediza, solo en Jesús roca es firme”.
Para la búsqueda de la paz comunitaria, el obispo diocesano señaló como “indispensable sentirnos iguales delante del mismo Padre, hasta el día que aceptemos de corazón ser hermanos ante el único Padre y que nadie es superior a nadie, pues todos somos iguales, hasta ese día tendremos paz; esas agresividades pequeñas y grandes son las que hacen imposible que haya paz en la comunidad; será necesario tolerarnos, ya ni siquiera amarnos locamente, que también es necesario, pero seguro es demasiado pedir, iniciemos por la tolerancia y aprendamos a aceptar las diferencias de los hermanos, mi hermano y hermana tiene derecho a pensar y yo tengo que respetar su forma de pensar y de ser”, indicó.
Como otro principio para forjar la paz, reconoció “la capacidad del perdón, pues como dice San Pablo, tenemos que ser capaz de perdonarnos los unos a los otros en las faltas que hemos tenido; empecemos por construir la paz personal y comunitaria y contribuiremos a la paz mundial”, afirmó.
Terminó la homilía haciendo un recuento en las Bienaventuranzas que catalogó como ocho bombas atómicas, al respecto señaló “hasta que no seamos capaces de entrar en las Bienaventuranzas no seremos capaces de vivir la paz verdadera”.
Y añadió, “será necesario reconocer a Dios como Supremo Señor y único Señor, porque el ser humano se ahoga en su propia pequeñez, sólo Dios puede darle aspiraciones a algo más y encontrará sentido a la vida, ya que fuimos hechos para Él, como decía san Agustín, pues pobres absolutamente bebemos ser para reconocer lo que somos; será necesario aprender a sufrir pues sólo quien aprenda a sufrir pero con amor y por entrega generosa, esos que viven las contrariedades, las tentaciones y las críticas, las pequeñas y grandes cruces de la vida, pero sólo quien aprende a sufrir y aceptar el dolor tendrá paz; mansedumbre como capacidad de aceptar la ofensa que me hacen y saber perdonar, porque si yo quiero hacer guerra a quienes se me oponen eso será un absurdo; bienaventurados los que desean la justicia pero utilizan los medios correctos para lograrlo, pero desgraciados aquellos que no queriendo aceptar los medios que Dios dejó, la quieren adquirir por otros medios y que nunca lo van a lograr, años de años de guerra que no llevan a ninguna parte; limpios de corazón aquellos que saben ver con los ojos de Dios y aprenden a ver a Dios en todas petes, sólo esos verán a Dios, empezando en esta tierra; y bienaventurados los que trabajan por hacer la paz, ¡qué vocación tan extraordinaria la nuestra, la de los cristianos! Examinémonos y pidamos la gracia de aceptar el camino de las bienaventuranzas”, finalizó.