Una tarde de noviembre la Diócesis de San Isidro recibe la invitación de entrar en la dinámica de crear un albergue ante la situación que viven los hermanos cubanos; con marcado espíritu de servicio y confiando en el auxilio divino, Mons. Gabriel Enrique Montero y sus colaboradores más cercanos de la Curia Diocesana, se dejan ayudar por peritos de la Comisión Nacional de Emergencias y personeros del gobierno local; ahora una pequeña, tímida pero esperanzadora comisión se nombra ad hoc, con las más sinceras intenciones de servir pero sin conocer realmente las implicaciones del proyecto.
En una noche lluviosa de noviembre, convocados un grupo de laicos y con la presencia de un sacerdote entre ellos, inician los preparativos para hacer de Casa Sinaí, hasta ahora un lugar acostumbrado a los encuentros, formaciones y reuniones pastorales, un albergue, pero quizá más que ello, la casa común, llena de amor para más de un centenar de cubanos…
La noche siempre ha sido privilegiada como momento en que Dios habla y sale al encuentro de los suyos, en esta ocasión nuevamente de noche Dios hablaba, y de noche aquel 9 de diciembre del 2015 arriban más de lo esperado, son 158 hermanos y hermanas isleños que tocan a nuestra puerta en busca de techo y comida, pero más que eso, en busca de un trato humano y cristiano.
Con las primeras luces de la mañana, entre el clarear provocado por el sol que a su vez levanta la tenues nubes sobre el Valle de El General, se empiezan a conocer las historias de dolor, los sufrimientos que les embargan y los peligros que se han superado…; y sin saber, a partir de ahora se empieza a escribir una nueva historia…
Las autoridades municipales, las distintas organizaciones que agrupan la unidad de respuesta de nuestro cantón y la Iglesia Católica unen esfuerzos por ofrecer un trato humano y particularmente por hacer vida lo que este Año de la Misericordia nos pide: mirar en el necesitado el rostro de Jesús. Y que mejor oportunidad nos presentaba Dios, que mirar en la vulnerabilidad de estos hermanos la ocasión para practicar el verdadero amor.
Como ellos mismos lo señalan, los problemas económicos, los bajos salarios… los obligan a dejar su tierra para sacar adelante a sus familias porque en muchos casos no logran obtener ni lo básico para vivir, otros sin titubeos indican como responsable de su travesía las políticas del gobierno, pues tienen que ser magos para vivir con salarios de menos de $40 mensuales.
Esta realidad los lanza con una valentía que a veces pareciera no humana, a una experiencia nunca imaginable…, con más de un mes entre peligros y tristezas, acompañados por naufragios, hambre, sueño, asaltos, secuestros y humillaciones… dejan su familia con el corazón partido en su querida isla, paradójicamente por amor a sus seres queridos y en busca de su añorado sueño americano, como única esperanza en el horizonte.
Silvia Ferreira nos lo relata con frialdad: una travesía que no se la deseo a nadie, he visto niños de meses, personas ancianas…, yo misma, no sé nadar y sin salvavidas ni nada, así me arriesgué a ver qué pasaba con mi vida…; hemos dormido a la intemperie, los niños con diarrea y vómitos, nos bañábamos en el río, lavábamos en el río y cocinábamos ahí, lo hacíamos todo en el río…; en Colombia he tenido mucho miedo, violan a las mujeres…, he pasado en la playa escondida… esperando una lancha, luego la lancha se raja y nos cogen presos, tuvimos que pagar dinero para que nos soltaran de migración…, con hambre y con sed y nuestras familias preocupadas.
Las familias como hemos dicho, son las que más sufren, otro testimonio desgarrador es el de Maylen Rodríguez, quien con una mirada fija, reviviendo cada momento ingrato en lo profundo de su corazón y mientras unas lágrimas surcan lentamente sus mejillas, nos dice entrecortada por el sentimiento: tengo un niño de seis años, al que extraño mucho, me dolió dejarlo, gracias a Dios hablo con él casi todos los días; solo espero tenerlo pronto cerca de mí…, la travesía que pasé no estuvo nada fácil, muchas veces tuve temores de perder la vida, pasar siete horas en el mar no es nada lindo, la Loma de la Miel es algo muy feo…, luego siete horas más hacia Panamá es algo que no se lo deseo a nadie… a nadie; es la primera vez que me separo por tanto tiempo de mi familia y de mi hijo al que añoro…, y yo sé que él a mí también…, y todos los días me pregunta cuándo voy, y yo le digo: si Dios quiere pronto…
El dolor se respira en aquel recinto, Mollinedo otro de los migrantes, nos dice: todos los momentos han sido difíciles y de sufrimientos: primero dejar la familia, la travesía son momentos que no hay ni que vivirlos, todo ha sido difícil, secuestros y robos…; pero ante la realidad de no tener futuro tenemos que hacer esto… Maylen lo interrumpe y dice: las travesías son en botes sobrecargados de 14 personas o más, es algo feo, pero Diosito ha querido que acá estemos… y nuevamente las lágrimas afloran y caen en sus regazos.
Así, en medio de sus dolores, todos miran la mano de Dios en sus vidas y la obra de misericordia que la Iglesia ha encarnado en este momento histórico que viven; agradecen a las autoridades del gobierno y de la Iglesia, tanto a la jerarquía como a los laicos que hayan asumido esta actitud de amor particular hacia ellos haciéndolos sentir lo que son: personas. Quizá algunos no comparten nuestra fe y quizá no comprenden con exactitud lo que significa el Año Santo de la Misericordia, pero si sienten esa misericordia que la Iglesia les ofrece… Juan Miguel Pup, el cocinero del grupo, dice: al llegar a Costa Rica me sentí seguro, nos acogieron con mucho cariño, nos han bridado comida y techo…, mucho respeto y nos han brindado mucho amor; muchas personas llegan a brindarnos ropa, a llevarnos a pasear, una gente llevó el albergue completo para ofrecernos una cena… y nos sentimos como en casa, bien acogidos y alimentados…, mientras una tímida sonrisa dibuja en su rostro una nueva esperanza.
Por su parte Deivis Espinoza recuerda la misa y los momentos de oración que han vivido en donde han visto el paso de Dios; Mollinedo manifiesta que el trato que han recibido es fabuloso porque los han tratado de una forma que hacia atrás nunca los habían tratado así y por eso damos muchas gracias, ha sido una experiencia bastante buena; palabras secundadas por Silvia Ferreira quien recuerda los cuidados recibidos: oran por nosotros, nos han buscado hasta lavadoras para que no lavemos a mano, nos escuchan, nos comprenden, nos aconsejan… me quedo sin palabras de lo agradecida que estoy de Costa Rica.
Así, entre muchos sueños y recuerdos, terminamos esta visita al “territorio cubano en nuestra patria”, recordando particularmente una frase que me ha marcado durante mi vida y que hoy quisiera compartir con ustedes: “la misericordia divina se da en tanto se practique la misericordia humana”… Vivamos la misericordia como experiencia de amor y de fe, mostrando el Amor de aquel Dios que no nos negó su gracia a pesar de nuestros pecados, sino que se entregó por amor y nos invitó a esta historia de Salvación en la cual usted y yo: también somos llamados; y ante todo conducidos por el Espíritu Santo, verdadero protagonista de la acción pastoral de la Iglesia.