Homilía pronunciada por: Mons. Gabriel Enrique Montero.
Más de setecientos jóvenes, bueno, adolescentes, jóvenes, en fin, acaban de pasar esa puerta santa. La puerta del Jubileo de la Misericordia. ¿Por qué lo hemos hecho? ¿Por qué estamos haciendo este Jubileo de los jóvenes? Porque estamos en el Año Jubilar de la Misericordia y entonces es lógico que las varias edades, las varias profesiones, en fin, tengan su propio Jubileo. Y hoy, ha sido el Jubileo de la Juventud.
¿Por qué pasamos por esa puerta santa? Pasamos por allí porque el Señor a través de la Iglesia, nos ofrece durante este año, la purificación de nuestras culpas. Nosotros a veces no tomamos en cuenta este aspecto, hablamos de nuestros pecados, a veces hablamos de nuestros pecadillos, me voy a confesar mis pecadillos. Pues, me voy a confesar y ya está, digo cuatro cosas y ya está, recibo la absolución muy muy fácil, ¿no? Pero qué tal que yo he matado a alguien, ¿no?, le he matado el esposo a una señora, ahora yo voy donde la señora y le digo ¿Mira me perdonás? Sí, sí, yo te perdono, sí está bien. ¡A muy bien, perfecto! Maté al señor pero estoy tranquilo, ya la esposa, ya me perdonó. El pecado está perdonado, pero usted tiene una gran culpa. Una culpa enorme que pagar ante Dios y ante la sociedad y ante esa señora que quedó viuda, y ante esos hijos que quedaron huérfanos. Hay una gran culpa que expiar, pues la indulgencia que hemos recibido al pasar esa puerta santa es precisamente para que, nosotros, podamos purificarnos de nuestras culpas. A veces andamos ya muy felices y contentos de que ya nos confesamos. No, no y todavía no. Estás perdonado por Dios. Claro que sí, sin duda ninguna, pero usted tiene una deuda con el mundo, con la sociedad, con la Iglesia, con otras personas… Está claro…
Bien, entonces hemos pasado por esa puerta para ser todos purificados y liberados de toda esa culpa que tenemos que pagar aquí en la tierra o después de esta tierra. Más vale que la paguemos en esta tierra ¿No es cierto? Mucho mejor que expiemos nuestras culpas en esta tierra, que no después tengamos que expiarlas más tarde.
Bueno jóvenes, les digo esto para recordarles porqué estamos aquí, aunque todos saben, pero también porque tiene mucho que ver con el gran misterio que estamos celebrando hoy, que es ni más ni menos, que el misterio de la Santísima Trinidad.
Hemos venido aquí para hacer un acto público de nuestra fe cristiana. Esto que estamos haciendo aquí hoy, ese pasaje allí por esa puerta, eso lo creemos los cristianos. Es más eso lo creemos los católicos, no creo que otros cristianos lo crean, pero en fin, no nos preocupa eso. Si otros creen o no creen, nosotros lo creemos como católicos cristianos. Pero esta fe católica también nos dice que nosotros venimos aquí para adorar, para reconocer, como nuestro Dios a aquel Dios y Señor que es Padre y es Hijo y es Espíritu Santo. Y miren, nosotros, hermanitos y hermanitas, los cristianos debiéramos pasar continuamente agradecidos a Dios de que nos ha revelado el misterio de la Santísima Trinidad. Una enorme gratitud tendría que llenar nuestro corazón, a nosotros se nos ha revelado el misterio de un Dios Trinitario. Son muchos, muchos, los millones y millones de gentes que creen en Dios. ¡Claro!. Podríamos decir prácticamente todos los habitantes de la tierra creen en Dios sí, pero no creen en un Dios Trinitario. No creen en la Santísima Trinidad. En un Dios, ¡sí! Pero no en un Dios Trinitario. Eso por gracia de Dios, no por mérito nuestro, lo hemos recibido los cristianos y lo creemos y lo consideramos un tesoro. Por tanto hemos venido aquí también a agradecerle a Dios nuestra fe como cristianos. Después de todo aquí están, aquí está la Pastoral Juvenil de la Diócesis, en buena parte representada, yo creo. Pero no somos simplemente una Pastoral Juvenil cualquiera, somos una Pastoral Juvenil cristiana. Ustedes lo estaban cantando hace un ratito aquí y bailando y proclamando a Jesucristo. Ni más ni menos que Aquél que nos vino a revelar el misterio de la Santísima Trinidad.
Hermanos y hermanas, estamos aquí para darnos cuenta de qué es lo que significa este gran misterio. Son demasiados los cristianos y las personas que andan, ahí por el mundo, pensando que Dios cuando nos reveló la Trinidad era simplemente para complicarnos las cosas, para hacernos las cosas difíciles. ¿Quién dijo que Dios es un Dios difícil? ¿Quién dijo que Dios es un Dios que le encanta complicarnos las cosas? A Dios le gustan las cosas simples, sencillas. No digo fáciles. No, porque fácil es otra cosa. Yo creo que a Dios no le gusta las cosas fáciles, no. Pero las cosas sencillas, sí. Él no quiere complicarnos las cosas. ¿Entonces por qué nosotros creemos en un Dios en tres personas? ¿Y por qué no creemos en un Dios con una sola, o con dos personas? O igual daría que sean cinco, diez o veinte. ¿Por qué no creemos eso? ¿Porqué creemos en un Dios en tres personas. Porque se necesitan tres personas ¿Para qué?… Se necesitan, mínimo tres personas, ¿para qué? Para formar una comunidad. Ahorita no sabemos si es una familia o no. Pero para formar una comunidad se necesitan por lo menos tres personas. Qué cosa más maravillosa que Dios se nos haya revelado como una comunidad, como un Dios que ama las personas, como un Dios que ama vivir con los otros, como un Dios que no quiere estar solo. Nuestro Dios, no es un Dios egoísta. Nuestro Dios, no es un Dios aislado. Nuestro Dios, no es un Dios solitario. Nuestro Dios es un Dios que desde toda la eternidad vive en comunión y quiere vivir en comunión y nos llama a vivir en comunión. ¡Cuánto agradecimiento tendríamos que dar! Tres personas mínimo para que se integre una comunidad. ¡Ah!, pero es que son tres personas, pero no son tres padres, ¿verdad que no? Ni son tampoco tres hijos, ¿verdad que no? Ni son tres espíritus, ¿verdad que no? Son qué… un Padre, un Hijo y un Espíritu. Y se necesita un Padre, un Hijo y un Espíritu, ¿para constituir qué? Una familia. Para constituir una familia. ¡Ah! Entonces es mayor la revelación, más extraordinario todavía. Nuestro Dios es un Dios que vive en familia. Y nuestro Dios es un Dios que quiere que vivamos en familia y es un Dios que quiere que seamos una familia. No quiere islas, no quiere gente egoísta. Quiere gente que sepa vivir con los demás y vivir en comunión.
Hermanos y hermanas, un Dios que vive en familia, Padre, Hijo y Espíritu Santo… Y que es una Trinidad porque entre ellos se dan las grandes tres relaciones que tiene todo ser humano. La relación filial que es la relación vertical, la relación fraterna que es la relación horizontal y la relación circular que es la relación esponsal. La primera corresponde lógicamente al Padre, la segunda corresponde al Hijo, la tercera corresponde al Espíritu Santo. Sin esas tres dimensiones no se puede integrar ninguna comunidad y no se puede integrar ninguna familia. Les pongo un ejemplo, alguien dice: ¡Ah no! Nosotros queremos ser hermanos y todos somos iguales. Aquí, aquí, nadie manda. Ah bueno, póngase, métase con otros ahí a decir que todos somos hermanos, que aquí nadie manda. Lo que quiere decir no es que nadie mande, es que nadie quiere ¿qué? No es que nadie mande, es que nadie quiere ¿qué? Obedecer. Ese es el asunto. Es que nadie quiere obedecer. Sin obediencia, no hay posible comunidad y por tanto sin un Padre que es superior a todos, que es cabeza de todos, que es autoridad, no puede haber comunidad como no puede haber familia.
Hermanas y hermanos, también es peligroso alguien que piensa solamente en Dios y solamente piensa en la dimensión vertical y se olvida de la dimensión horizontal. La dimensión horizontal sí nos hace a todos iguales, todos somos hermanos y hermanas, iguales con los mismos derechos y obligaciones, la misma dignidad y el mismo destino. Ah, pero eso es por dignidad de Dios que ha querido que todos seamos hermanos, bajo Él que es el único Señor y la única cabeza. Pero la relación circular del Espíritu Santo es absolutamente necesaria, que es la relación esponsal, para que nosotros podamos estar íntimamente unidos y formar uno solo. Porque lo que Dios quiere es que seamos uno solo, como lo quiere en el matrimonio, lo quiere también entre nosotros, que seamos uno solo como el Padre es uno con él y con el Espíritu.
Hermanos y hermanas, no es un juguete, no es un juguete la Santísima Trinidad, no es un lujo, no es una complicación que Dios quiso hacernos. Dios sólo podía hacer tres personas y sólo podía ser Padre, Hijo y Espíritu Santo. Sólo ese es Dios, porque ese es el Dios que nos reveló Jesucristo.
Les digo una cosita ya para ir terminando, porque si no esto se alarga, vean hermanos y hermanas, las lecturas de hoy nos dice ya desde la primera lectura del Libro de la Sabiduría, que Dios ya desde los orígenes de la creación estaba creando con alguien, cómo con alguien, no eres tú el Dios creador, no eres el Dios que todo lo puede, quién estaba contigo, a quién necesitabas… Y hay alguien ahí que dice, no sabemos quién es, es la Sabiduría, es el Espíritu, es el Hijo, es la Palabra, no sabemos exactamente quién es, pero dice que desde que Dios creó todas las cosas ahí estaba yo con Él y jugaba con la creación de Dios y me complacía en estar entre los hijos de los hombres, y era como el arquitecto de todas las cosas, yo estaba con Él cuando Él creaba todo. ¿Cómo? ¿Quién es ese atrevido o esa atrevida que estaba con Dios desde la creación del mundo? Dios no quiere estar solo. Dios no es un Dios solo. Más tarde dirá, San Juan, “y la Palabra estaba desde el origen en Dios y la Palabra estaba con Dios y la Palabra era Dios”, y nos vamos dando cuenta que desde los mismos orígenes de toda la eternidad, que en sí misma no tiene origen, desde toda la eternidad, Dios ya tenía alguien a su lado, Dios quería que hubiera alguien con Él. En el evangelio de hoy, se nos revela una cosa muy interesante, el Señor Jesucristo le dice a sus discípulos, “yo les he hablado todo lo que he podido, pero no todo lo pueden comprender en este momento, cuando venga el Espíritu, Él les enseñará todas las cosas, porque Él no hablará de sí mismo, hablará de las cosas que ha oído de mí, porque lo que tengo yo todo pertenece al Padre y lo que es mío, Él lo toma y se los da a ustedes, porque Él lo hace suyo y se los da a ustedes”. ¡Qué maravilla! ¡Qué maravilla, entre el Padre y el Hijo y el Espíritu! No hay nada, de nadie, todo es de todos. Entre el Padre, el Hijo y el Espíritu, no hay secretos, no hay egoísmo, todo es comunión perfecta de amor. Hermanitos y hermanitas, si nosotros aprendiéramos esto, si los cristianos de hace veinte siglos hubiéramos aprendido a vivir y a imitar a un Dios Trinitario, qué diferente habrá sido la historia. Qué diferente las guerras que hemos hecho nosotros mismos los cristianos, qué diferentes las guerras y las rencillas que hay incluso hoy día en las mismas familias, en la sociedad, en las comunidades cristianas, donde no queremos vivir en comunión, cada cual quiere hacer lo suyo, cada cual quiere ser el primero, la primera, allí no se puede vivir en comunión, allí no se cree en el Dios Trinitario… ¿Cómo será entre los jóvenes? Yo no sé, no sé cómo será entre los jóvenes. ¡Ah! Pero también hay rencillas y pleitecillos, y competencias, y envidias, y violencias y quién sabe qué, y quién es el mayor y quién es el más importante… Yo me imagino que ustedes no son ninguna excepción. Todos somos así egoístas por naturaleza, solamente Dios nos puede cambiar, gracias a Dios como dice San Pablo, hoy en la segunda lectura, “la esperanza no nos defrauda, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado”, quiere decir que todos nosotros tenemos dentro el Espíritu Santo, ¿para qué?, para enseñarnos a amarnos los unos a los otros como él nos amó.
Jóvenes, yo les pido hoy que ya que están aquí reunidos setecientos jóvenes, yo les pido un par de cositas, se las pido de rodillas si es necesario, ustedes por favor hagan algo para dar testimonio en esta sociedad de que ustedes son cristianos, de que el cristiano no puede seguir simplemente la corriente de la sociedad, de que el cristiano no puede dejarse llevar simplemente por la corriente de la moda y por el último grito de la sociedad, ¡no! El cristiano está para dar testimonio de aquello en que ha creído porque Dios se lo ha revelado. Tristeza con Costa Rica, por ejemplo, no se va a llenar uno de pena, no se va a llenar uno de tristeza, cuando oye, Costa Rica tiene el récord en toda la América Latina de madres adolescentes, ¡bonita cosa, no! ¡Bonito récord de madres adolescentes! Muchachas de diez años, de once, de doce, de trece años, teniendo chiquitos por todo lado y Costa Rica tiene el récord en toda América Latina… ¡Vaya récord, no! No pueden ser, ¿ni siquiera han aprendido a ser niñas y van a poder ser madres? Lo que les estoy diciendo es que miren, un hijo tiene derecho a nacer en una familia, no sigamos irresponsablemente teniendo hijos por todo lado, no sigamos jugando con el sexo, y por estar jugando de casita, vienen un montón de chiquitos, sí, un montón de chiquitos, fruto de la irresponsabilidad, montón de chiquitos que nacen fuera de la familia, cuando tendrían derecho a una familia bien hecha, a una familia bien constituida, donde haya un padre y una madre y un hijo. Ustedes, por favor, no sigan ese camino, Costa Rica parece que va en esa dirección. ¡No puede ser! ¡No puede ser! Tenemos que parar esa espiral, tenemos que cortar esa cadena. Acabo de estar ahora en un foro sobre la posible legalización de la marihuana, en fin, de las drogas, de algunas drogas, y el presidente del IAFA, el director de IAFA nos hablaba y nos decía, “miren las principales víctimas de las drogas, en este país, son los jóvenes. Los jóvenes y sobretodo los adolescentes y en muchachito de menor de dieciocho años la marihuana es fatal, fatal. Este país se nos está enfermando, nuestros adolescentes y jóvenes están ya enfermos con las drogas. Hermanitos y hermanitas, eso no puede ser. Ustedes no están aquí hoy para llenar un campo, están aquí hoy para proclamar que somos cristianos y queremos vivir la vida como cristianos y queremos casarnos como cristianos y queremos usar la sexualidad como cristianos. No es posible que sigamos en este camino que está tomando en muchos Costa Rica. Yo estoy visitando las parroquias, visitando las parroquias de la Diócesis y por todas partes oigo, se están matando los jóvenes, se están suicidando los jóvenes. ¿Dónde va a quedar la juventud de Costa Rica? Se están suicidando incluso los niños, se están suicidando los adolescentes, se están suicidando los jóvenes… Eso no es posible. Esa cadena hay que pararla. Nosotros tenemos derecho a la vida, tenemos que aprender a respetar ese Espíritu que ha sido derramado en nuestros corazones. Yo les pido que hagamos un esfuerzo, que seamos jóvenes realmente comprometidos para que cambie el mundo, cambie Costa Rica, cambie la Iglesia y para que todos alcancemos la felicidad que Dios quiere para todos. Así sea.