Pronunciada por: Mons. Fray Gabriel Enrique Montero Umaña.
Hemos dado inicio queridos hermanos y hermanas con mucha sencillez, pero al mismo tiempo con mucha solemnidad, esperamos que también con mucha fe, con mucha devoción, esperamos también que con mucho amor en el corazón y con mucha esperanza para el futuro, hemos dado inicio a esta Semana Santa.
Delante de nosotros, a través de las lecturas, ha sido puesto el panorama, se nos ha presentado ya desde el evangelio que leímos allá antes de la procesión, hasta las lecturas que se hicieron ya aquí en la Iglesia y desde luego la Pasión que acabamos de leer, se nos ha presentado como en una gran pantalla de televisión el panorama que estamos llamados en estos días a meditar, a reflexionar y a orar y a aplicar a nuestra vida. Aquél panorama de la vida de un hombre extraordinario como ninguno, de un hombre a quien nosotros hemos prometido seguir y por eso hoy caminamos siguiéndolo y aclamándolo y por eso estamos aquí, de aquél hombre extraordinario cuya enseñanza, sobre todo con su vida, no tiene ni parecido en ningún otro fundador de religión y ningún otro ser de todo el mundo, ni tendrá: Jesucristo, hombre y Dios Verdadero.
¿Cómo se puede resumir esa Pasión que acabamos de leer? Yo creo que tan grande relato es muy difícil de resumir, ¡claro! Pero se puede decir en pocas palabras de qué se trata, qué fue lo que pasó… Porque la trama es muy sencilla. Un hombre que aparece aquí sobre esta tierra haciendo el bien, un hombre que ya públicamente vive entre su pueblo durante tres años predicando la Buena Noticia a todos los pueblos, llevando a todos la alegría de la salvación, de la curación, llevando a todos esperanza y dignidad humana; ese hombre llega el momento en que es llevado injustamente a través de viles mentiras, a través de la injusticia más grande que se ha cometido en toda la historia, es llevado a un tribunal y es condenado a muerte.
No es ciertamente el primer condenado a muerte, hubo muchos antes de él y ha habido muchos o habrá en el futuro, condenados a muerte. Se está luchando, sin embargo, en el mundo para que todos los países puedan abolir la pena de muerte. No es absolutamente cristiana, no es digno de ningún ser humano, aunque fuera el peor criminal, la pena de muerte desde el punto de vista de nosotros los cristianos tiene que ser abolida y será algún día abolida y fue abolida en Costa Rica y gracias a Dios. Y mucho peor una muerte que es fruto de mentiras y de engaños y de vilezas humanas, de injusticias claras que fueron las que lo llevaron a él hasta la Cruz.
Pero lo que nos llama la atención de este condenado a muerte, lo que llama la atención es que después de haber tenido todo el tiempo que tuvo para hablarle a su pueblo y decirles la verdad y decir todo aquello que debía decir y que debía hacer y teniendo todas las armas posibles para haberse defendido y sobretodo delante de un Tribunal Romano que se jactaba de ser muy justo, podría haber apelado a un juicio serio, a un juicio a la romana, pero no, el juicio no vino de los romanos, el juicio vino de los líderes religiosos de su pueblo y finalmente del pueblo entero que fue quien, convencido por ellos, pidió que se le crucificara. Este es el drama humano junto con la grandeza extraordinaria de este hombre, porque en esta última semana de su vida se revela, sin duda, toda la grandeza humana y divina que él llevaba dentro de sí, junto a esa grandeza y esa santidad, se revela en este drama de la Pasión de hoy la gran miseria humana, la pequeñez humana, la mentira humana, la debilidad humana. Una y otra vez, vemos a los discípulos quienes lo habían seguido de cerca, los vemos abandonarlo. Una vez vemos a Pedro que le había prometido fidelidad y morir por él, cuando se le presentó la hora y el peligro de su propia muerte, lo negó; no una, ni dos, sino tres veces. ¡Qué debilidad humana! ¡Pedro, Pedro! Uno de sus íntimos, uno de sus grandes amigos, ya lo había negado Judas y a ese también lo llamó amigo, pero Pedro quien más de cerca lo había seguido y que lo acompañó en los momentos más íntimos de su vida, aunque en el momento del Huerto de los Olivos, dormía, dormía como los demás. En fin, Pedro fue capaz de negarle tres veces y de jurar y rejurar y renegar y maldecir y maldecir haciendo pensar que estaba diciendo la verdad y estaba mintiendo, vilmente mintiendo. Hasta ahí llega el corazón humano, hasta ahí llega la maldad humana. Y tenemos el panorama vergonzoso de las autoridades religiosas del pueblo judío, quienes se dejan vender, venden su conciencia por unas cuantas monedas, aunque sí después no las quisieron poner con las monedas del tesoro, no. Pero ya lo habían vendido y lo vendieron por interés y lo vendieron por envidia y lo vendieron por orgullo y por soberbia porque no podían aguantar a uno que había dicho la verdad y que les había dicho la verdad en la cara y les había dicho ustedes son hipócritas, ustedes son sepulcros blanqueados, ustedes engañan a su pueblo, ustedes han convertido la casa de mi padre en cueva de ladrones, no lo podían soportar. Entonces sacaron e hicieron uso de sus peores armas, la mentira, el odio y toda clase de engaños para poder llevarlo a la muerte.
La debilidad del procurador romano, la vergüenza de Pilatos que delante de Jesús, convencido como estaba de que era absolutamente justo, fue incapaz de defenderlo y tuvo el descaro de lavarse las manos y de decir yo soy inocente de la sangre de este hombre, hasta ahí puede llegar la vileza humana. No importa que venga del gran gobernador romano, no importa que venga de los grandes líderes religiosos del pueblo de Israel. En cambio hacia el final de la Pasión aparece cada vez más con mayor majestad, con mayor solemnidad, la persona de Cristo, quien en un inicio de la Pasión habla y dijo y aclaró ciertas cosas y por lo menos sin decir yo soy el Hijo de Dios, dijo tú lo has dicho, tú lo has dicho, no yo. Y sin embargo, se fue quedando callado y fue aceptando ser llevado a la muerte, a una muerte inhumana, injusta y se fue calladito a la muerte sin decir una palabra ¿Convencido de qué?, de que aquella era para él la voluntad del Padre.
El cristiano no se deja matar por cualquier cosa. El Señor Jesús no enseñó que debiéramos dejarnos matar de cualquiera que quiera matarnos, no. Ni de hacer daño de cualquiera que quiera hacernos daño, no. Lo que el Señor fue, hizo y nos enseñó es que si descubre hacer la voluntad del Padre, que tengas que sufrir por amor al hermano y para su propia salvación debes hacerlo y eso fue lo que él descubrió en el Getsemaní y esa es la voluntad del Padre para mí y en ese momento él calló y fue hasta la muerte y nada más dijo una palabra al final “Padre ¿por qué me has abandonado?”.
Hermanos así termina, pero así comienza, ya no es tanto el drama de la Pasión de Jesús hace dos mil y pico de años, sino el drama de nuestra propia vida, lo que tenemos que hacer ahora es agarrar estos relatos y aplicarlos a nuestra vida, aplicarlos a nuestro pueblo, nuestra ciudad, nuestro país y ver cómo nosotros los católicos, los cristianos, estamos siendo verdaderos seguidores de Cristo.
Hace unos días salió en el periódico La Nación una crítica terrible de un periodista muy conocido que no sabemos… yo no sé que será él, yo no sé si será católico, cristiano o nada, no sé, …pero una crítica terrible a los católicos y a los protestantes, en fin, a los cristianos, a todos nos metió; no a todos porque él dice allí que no, que hay algunos cristianos y católicos buenos que cumplen como se debe… pero una crítica terrible a aquellos que llamándose católicos y que llamándose cristianos en su vida están crucificando al Señor, él no lo dijo así, posiblemente no es creyente, pero nosotros tenemos derecho a decirlo así, quien se está llamando católico y queriendo hacerse pasar por católico y en su vida con injusticias, con maldad, con mentiras, con engaños, está causando el mal a su prójimo y se sigue llamando cristiano.
Termino con las palabras del Papa Francisco, que las ha dicho no una vez sino un montón de veces, ante un mal católico es mejor un ateo, es mejor un ateo que un mal católico, ¡claro!, no porque está diciendo que es muy bonito y que siga adelante y que todos los cristianos se hagan ateos y que no importa nada, ¡no!, eso no es lo que dice. Antes de tener un ateo que se declara ateo y que no cree en Dios, ni cree en nada y así vive haciendo lo que le da la gana y no es cierto que todos lo hacen porque hay ateos muy rectos y muy justos, pero ante un ateo y un mal católico, dice el Papa, yo me quedo con un ateo, porque un mal católico es una ofensa y es una negación a aquel en quien nosotros creemos.
Que los que estamos aquí en esta mañana iniciando la Semana Santa, la iniciemos con actitud de verdadera conversión y así, muriendo con él a todo lo que sea pecado, podamos con él resucitar a una vida nueva. Así sea.