Homilía pronunciada por: Mons. Fray Gabriel Enrique Montero Umaña.
Hoy tenemos sobretodo en este Evangelio que acabamos de leer, una cosa que puede extrañarnos de primer momento y con toda razón, dice que Jesús va de camino hacia un lugar solitario para orar, no dice si oraron o no, pero se supone que sí oraron y que cuando venían saliendo, seguramente cuando venían saliendo de la oración, Jesús le hizo a sus discípulos aquella famosa pregunta: ¿Quién dice la gente que soy yo? Y nos extraña, ¿por qué? Porque Jesús nunca está preocupado de la imagen o la opinión que tiene la gente de Él. Pareciera en este caso que está queriendo hacer un sondeo de opinión como hacen los políticos, ¿no? Vamos a averiguar cuántos votos tengo, cuánta gente está a favor mío, cuánta gente no? En otras palabas, muy importante, ¿qué es lo que piensan de mí? ¿Qué dice la gente que soy yo? Podríamos nosotros decir ¿por qué estás preocupado por eso? ¿Qué interesa lo que la gente diga de ti?
Nosotros bien sabemos que eso es muy humano, es muy de nosotros, nosotros vivimos preocupados y preocupadísimos por lo que otros piensen de nosotros. ¿Qué piensan los otros de mí? Ah sí, en esto nosotros nos desgastamos, desgastamos por lo menos, sino un 50%, cerca de un 50% en nuestras energías. Esto está demostrado por los psicólogos. Desgastamos por lo menos 50% de nuestras energías viendo a ver cómo cuidamos nuestra imagen, cómo causamos una buena impresión ante los demás, cómo cuidamos esa imagen, cómo averiguamos para ver qué piensa la gente de mí y desde luego todo lo que nos desgasta, el enojo que nos produce que la gente hable mal de mí. Eso es un desgaste terrible que a muchos les hace subir la presión y a otros les causa dolores de cabeza y les da úlceras, etcétera. Solamente saber que otros hablan mal de mí y que piensan mal de mí, es una preocupación enorme para nosotros. Por no hablar también de todo el esfuerzo que hacemos para contrarrestar esas opiniones. Nosotros se lo criticamos a los políticos, pero si hacemos nosotros igual, igual que ellos, a una menor escala, todos vivimos viendo a ver cómo vendemos una buena imagen de nosotros y si no está tan positiva, viendo a ver cómo la arreglamos.
Que venga de nosotros no es como de extrañar, pero que venga de Jesús, ¿quién dice la gente que soy yo?, tiene que haber una razón particular para que Él pregunte eso. No puede ser ese egoísmo que a nosotros nos preocupa lo que piensen los demás de nosotros, ¡No! Entonces en Él hay otra motivación, que la vamos a descubrir a medida que leemos un poquito más ese relato. Entonces le dicen, bueno, pues la gente piensa que eres Elías, en fin, que eres uno de los Profetas que resucitó, etcétera, etcétera. Pero Jesús lo que quería era saber qué imagen se estaban formando de Él, pero no esa preocupación de nosotros de qué es lo que piensan los demás, ¡No! Era por saber si le estaban entendiendo o no, si estaban comprendiendo su mensaje, si estaban entendiendo por dónde iba la procesión que Él quería traernos, esa procesión que Él nos trajo va por otro lado, no va por el lado común o corriente que lleva la sociedad y que llevamos ustedes y yo muchas veces, no va por allí, su procesión va por otro lado.
Por eso un día tuvo que decirle a Pilatos, sí, sí, yo soy Rey, pero mi Reino no es de este mundo. No, no te preocupes mi Reino no es de este mundo. Entonces Él claramente le pregunta a ellos, bueno, ustedes que han estado cerca de mí, ustedes que me han oído, que me han visto en muchas y diversas circunstancias de la vida diaria, ustedes qué piensan de mí… y surge Pedro diciendo: ¡Tú eres el Mesías de Dios! No lo sabemos por San Lucas, pero lo sabemos por San Mateo, que por más linda que sonara aquella profesión de fe de Pedro, por más que Jesús incluso lo alabó por aquello que había dicho que “Tú eres el Mesías de Dios“, etcétera, etcétera, Jesús se dio cuenta perfectamente que iban por otro lado, que no habían entendido por dónde iba la procesión, lo que ellos iban era atrás del Mesías, aquél Mesías político que iba a venir a liberarles del yugo romano.
Por eso es que Jesús dándose cuenta que los discípulos, aún Pedro, con toda buena intención, contestó lo que contestó, Jesús entonces empieza a revelarles a ellos su verdadera identidad… como ustedes están equivocados, como ustedes van por otro lado, yo les voy a decir quién soy. Cierto que soy el Mesías. No lo niega. Les pide que no lo digan a nadie más, pero tampoco niega ser el Mesías. Pero yo soy un Mesías que tendrá que padecer, que será apresado, que será enjuiciado por los sumos sacerdotes, los escribas, etcétera, y tendrá que padecer y sufrir y tendrá que morir… Yo sólo me imagino, sólo me imagino, la cara que habrían puesto estos discípulos, comenzando con Pedro, la cara que habría puesto cuando empezó a oír esto. ¿Que, qué? ¿Qué lo van a apresar? ¿Qué lo van a azotar? ¿Qué lo van a crucificar? y ¿Qué va a morir? Yo me imagino que la cara de los discípulos era de confusión y de gran tristeza. Un Mesías así, un Mesías débil, uno que va a ser apresado y le van a dar muerte, de qué nos va a liberar ése, de cuál yugo romano nos va a salvar un Mesías tan débil como ese. Para que ustedes vean, no lo dice aquí San Lucas, pero lo dice la versión de San Marcos, claramente, que a San Pedro se le empezó a apagar la sonrisa, empezó a entristecerse y a decir ¡No, no!, esto no te puede pasar y no te va a pasar, yo te voy a defender. Por lo cual Jesús bien enojado tuvo que llamarle “Satanás”, Satanás apártate de mí, a nadie jamás llamó Satanás, ni siquiera a Judas, y a Pedro le llamó Satanás, porque era la versión totalmente opuesta de lo que Él quería, de lo que Él predicaba, por donde Él quería que fuera la vida de nosotros los seres humanos y los que creyéramos en Él.
Bueno, también sería interesante haber visto la cara de Jesús en ese momento, ¿no es cierto? Que no podría tener una cara de mucha felicidad, ¿no?… En qué he gastado tanta saliva durante año y medio, dos años, quién sabe cuánto sería en ese momento, que he gastado tanta saliva y tanto tiempo y éstos no han entendido nada, éstos van por otro lado… Y Jesús, entonces, revelando su verdadera identidad dice una cosa que para nosotros es muy importante: solamente aquél o aquella que haya descubierto el sentido de la Cruz, ya no solamente en la vida de Jesucristo, sino en su propia vida y aquél o aquella que haya empezado a cargar con esa cruz, negándose a sí mismo y sintiendo en carne propia lo que cuesta seguirlo, el problema de Pedro y los discípulos no era muy diferente al nuestro, el problema de ellos es que iban siguiendo un Mesías cuyo seguimiento era fácil, era lindo andar atrás de él Él, Él multiplicaba panes, Él curaba enfermos, ellos se sentían la mamá de Tarzán porque andaban siempre al lado de Él, ¡claro!, no ve que era un personaje importante y famoso y además pensaban en lo que les iría a tocar después, cuando llegue el reino como Sancho Panza, cuál isla nos irá a tocar, ¡claro!, no habían entendido absolutamente nada del camino que Él vino a enseñarnos. Y entonces Jesús añade en ese mismo evangelio: efectivamente si alguno me quiere seguir, tiene que negarse a sí mismo, tomar la cruz, su cruz y entonces me puede seguir. Y añade aquella frase famosa: si alguien quiere salvar su vida, la va a perder. Si quiere salvar su vida la perderá, pero aquél que la arriesgue y que dé su vida por mí, ese o esa la salvará.
Hermanos, yo me pregunto comenzando conmigo mismo, si habré entendido esa frase. Porque muchas veces en mi vida diaria yo me digo a mí mismo, que esa frase yo no la he entendido todavía a pesar de mis años. Todo aquél que quiera salvar su vida, la va a perder, todo aquél que egoístamente quiera estar siempre seguro, quiera siempre salir ganando, quiera evitar todo riesgo, toda incomodidad, todo aquél o aquella que le huya a la cruz de la vida diaria, ese no ha entendido nada de lo que es seguirme a mí… Y comenzando con mí mismo, me pregunto, si habré entendido esas palabras del Señor Jesucristo.
Termino haciendo una pequeña referencia a mucha cosa muy bonita en esta lectura, pero termino con una pequeña referencia a la primera lectura en el que un texto muy extraño dice que: entonces el Señor dará un Espíritu de piedad y de misericordia sobre la ciudad de Jerusalén y derramará sobre todos ellos un Espíritu de piedad y de misericordia. Ese es el Espíritu de Él, eso es lo que nos vino a enseñar, porque es necesario sacrificarme a mí mismo, para dejar de pensar en mí mismo y preocuparme más por las necesidades de los demás, hasta el punto en que yo, o mi familia, o mi pueblo, mi comunidad cristiana, quien sea, piense más en cómo salvarnos nosotros mismos, cómo estar seguros y cómodos nosotros mismos y no pensemos más en el otro o la otra que necesita seguramente mucho más que yo, no habremos recibido del Señor ese Espíritu de piedad y de misericordia, que Él quiere, de compasión, dice, compasión y misericordia, como lo llamemos. Y dice: mirarán a aquél a quien traspasaron. Porque aquellos que tendrán misericordia y compasión, tendrán compasión en primer lugar de Aquél que por nosotros sufrió, de Aquél que se negó a sí mismo, de Aquél que por nosotros perdió su vida, para darnos vida a nosotros. Si hubiera pensado en sí mismo y en salvar su propia vida, ustedes y yo, no estaríamos aquí. Pero el “y mirarán al que traspasaron”, porque Aquél fue el que nos marcó el camino y se darán cuenta que aquél gesto imborrable, inolvidable en la memoria de la humanidad, aquél gesto es el único que da la vida.
“Aquél que quiera salvar su vida, la perderá, aquél que la pierda por mí y por mi evangelio, la salvará”. Así sea.