Pronunciada por Mons. Juan Miguel Castro Rojas el 28 de marzo, 2023
Somos los ministros del Señor: llamados para servir en una Iglesia sinodal y en salida para buscar a la oveja perdida
Hermanos en Cristo Jesús:
Hoy nos reunimos en nuestra Iglesia Catedral […] Ante todo, un abrazo para cada uno de ustedes, mis más fieles y cercanos colaboradores en la tarea de la evangelización de nuestra diócesis, los presbíteros y diáconos, venidos de todos los rincones de esta Diócesis.
Para ustedes también, amados hermanos , que comparten con nosotros este día con devoción y orando por la santificación de sus presbíteros y de mí, como el Pastor y Guía de esta diócesis; su presencia manifiesta la esencia de la Iglesia del Señor: somos el pueblo santo de Dios, reunido en torno al altar Señor.
En esta santa eucaristía conmemoraremos el día de los Sacerdotes, bendecimos los santos óleos, de los catecúmenos y de los enfermos y, consagramos el Santo Crisma, aceites vinculados con nuestra misión de santificar, sanar y consagrar.
Nuestros presbíteros renovarán sus promesas sacerdotales y la obediencia a su obispo y, lo hacen también ante ustedes como testigos fieles. Y cuando así sea, les pido que oren por ellos y por mí para continuar con nuestra misión.
Los textos proclamados hoy nos recuerdan algunas consideraciones sobre nuestro sacerdocio ministerial y quiero exhortarles a vivir hoy con alegría estas enseñanzas y a la vez que sean una motivación para continuar con la celebración de los 70 años de vida diocesana y fortalecer nuestra Iglesia particular como una comunidad sinodal y en salida.
Somos llamados a ser profetas. El pastor es llamado a ser profeta, como hemos escuchado en la primera lectura del libro de Isaías: “Me ha enviado para dar la Buena Noticia a los que sufren, para vendar los corazones desgarrados, para proclamar la amnistía a los cautivos y a los prisioneros la libertad”. “Es ungido con óleo sagrado, para que la mano de Dios esté siempre con él y su brazo lo haga valeroso”, hemos escuchado en el Salmo Responsorial.
Somos llamados a ser sacerdotes. Los ungidos de la Nueva Alianza, del nuevo pueblo de Dios constituido por quien nos amó primero y nos liberó de nuestros pecados por su sangre, nos convirtió en un reino y hechos sacerdotes de Dios, su Padre; rezaba la segunda lectura del libro del Apocalipsis.
Somos llamados a ser reyes. Toda una misión bautismal y sacerdotal guiada por el amor del Padre, la Palabra del Hijo y la unción del Espíritu Santo, que a través del santo Crisma nos constituyó, primero en el Bautismo, como sacerdocio real y, luego, en el Orden Sacerdotal, como sacerdotes de la Nueva Alianza, partícipes del Sacerdocio del Sumo y Eterno Sacerdote, Jesucristo, Nuestro Señor.
Somos dispensadores de la gracia divina a favor del pueblo santo de Dios. Cada uno de ustedes recibió este sacramento lleno de gracia depositado en vasijas de barro, moldeadas de antemano, para tal ministerio. Al renovar las promesas sacerdotales, recuerden el día de su ordenación presbiteral y piensen que hoy se les propone continuar el itinerario con la motivación de construir una Iglesia sinodal y en salida.
Les quiero exhortar, mis más cercanos colaboradores, a meditar en las preguntas de la renovación de sus promesas sacerdotales y que las reflexionen a partir de la sinodalidad de la Iglesia, itinerario por el cual hemos optado para nuestra misión profética entre los fieles de nuestra diócesis.
La primera pregunta: ¿quieren renovar las promesas que hicieron un día ante su obispo y ante el pueblo santo de Dios? Nuestro Dios es bueno y nos llamó a la vida sacerdotal. Miró nuestro interior y pensó que podríamos colaborar con la misión encomendada a la Iglesia de anunciarlo por todo el mundo. El día de nuestra ordenación le prometimos al Señor ser un santo sacerdote. Hoy el Señor espera nuestra respuesta.
La segunda pregunta: ¿Quieren unirse más al Señor renunciando a nuestros intereses para cumplir plenamente con los deberes sacerdotales por amor a Cristo y para servir a su Iglesia? La consagración al Señor implica una decisión personal, una respuesta seria y madura, escoger un camino de renuncia a todo aquello que nos aparte de la comunión plena con el Señor, pues está motivada por ideales supremos que responden a nuestra vocación con perseverancia y valentía. Esta consagración se vive día a día, pues, en algún momento de nuestra vida, tal vez hemos pensado si vale la pena seguir a nuestro Señor Jesucristo en el ejercicio del ministerio sacerdotal. Hoy les comparto, con sincero corazón de pastor, que nuestra condición humana tiende a flaquear, especialmente cuando nos sentimos solos, abandonados, desilusionados e incluso sin hallarle sentido a la oración, al rezo de la Liturgia de la Horas, a la celebración de los sacramentos y el mismo estado celibatario. Ahí es cuando debemos mirar al crucificado en el Santísimo Sacramento del Altar y de rodillas, en oración profunda decirle: Aquí estoy para hacer tu voluntad. El seguimiento del Señor en la vida sacerdotal no es fácil. Ustedes lo saben y lo viven todos los días. Por eso, en comunión con la Iglesia, todos deben de orar por los sacerdotes.
La tercera pregunta: ¿Desean ser fieles dispensadores de los misterios de Dios en la celebración de los sacramentos, especialmente de la Eucaristía, siendo santos predicadores, sin pretender bienes temporales sino movidos por el celo apostólico? La vida sacerdotal es para servir y no ser servidos, tal y como lo afirma el Señor. Una vida al servicio del pueblo de Dios con ilusión y esmero. Por tanto, al celebrar los sacramentos con alegría, devoción y celo apostólico se debe mantener vivo siempre y, más en estos tiempos que deseamos una Iglesia diocesana sinodal y siempre en salida buscando a la oveja perdida.
Así pues, hoy renovaremos nuestra decisión de ser profetas y sacerdotes de la Nueva Alianza a imagen y semejanza del sacerdocio de Nuestro Señor Jesucristo. Y, ahora, pueblo santo de Dios, reunido en esta santa Iglesia Catedral, ustedes tienen la misión cristiana de orar por nosotros, para que esta tarea llegue a feliz término; tienen la misión cristiana de colaborar en las acciones pastorales en sus parroquias, de esta manera todos construiremos una Iglesia Sinodal y seremos testigos de Jesús, el Buen Pastor.
Mis amados colabores, en el prefacio de nuestra celebración crismal, lo que hemos reflexionado, a partir de la renovación de las promesas sacerdotales, la Iglesia nos recuerda que Jesucristo nos eligió, con amor de hermano, para participar de su sagrada misión; para renovar, en su nombre, el sacrificio de la redención; para darle a sus hermanos el banquete pascual, el alimento de su palabra y los sacramentos de la Nueva Alianza y, al entregar la vida al Sumo y Eterno Sacerdote y por la salvación de sus hermanos, se configuran a Jesucristo dando testimonio de fidelidad y amor.
Me siento muy contento como cuando me ordené como sacerdote al mirarlos aquí reunidos conmigo y celebrar esta santa misa crismal con esta asamblea, que representa a nuestra diócesis; y en este sentido deseo que regresen a sus parroquias como cuando Jesús envió de dos en dos a sus discípulos para llevar la Buena Noticia a todos los hermanos necesitados de la Palabra de Dios, de su promoción integral como personas, colaborando, incluso, para darles el pan de cada día, el viático a los enfermos, el consuelo a los afligidos, la esperanza a los desesperanzados. Y aprovechemos el tiempo litúrgico pascual para promover la adoración eucarística a través de diversas devociones como las horas santas, la adoración perpetua y aquellas que se consideren oportunas para vivir una experiencia de contemplación y adoración del Señor.
Dios los bendiga a todos y a Él sea la gloria, hoy y siempre. Amén.