Homilía pronunciada por: Mons. Fray Gabriel Enrique Montero Umaña (13 de diciembre 2016 en Catedral).
Hermanos y hermanas, ya nos lo decía el Padre Édgar al introducir esta Asamblea Diocesana, esta mañana, este es un momento histórico para nuestra Diócesis. Se podría decir que cada momento es histórico o que cada momento es historia, pero desde luego que hay momentos particulares, hay momentos fuertes, hay momentos especiales, hay momentos cruciales que revisten desde luego una particular importancia para una persona, para una comunidad, para una diócesis, etcétera.
Este es el momento en el que venimos a culminar parte de un proceso que evidentemente no ha terminado, ha empezado a nivel diocesano y ha llevado su proceso a nivel diocesano, ha continuado a nivel parroquial; estamos en cierta forma culminando este proceso con la formación de programas parroquiales de evangelización, pero el proceso tendrá que caminar ahora, puesto que como ya alguien lo decía hoy, este proceso tiene que ir a aterrizar en cada una de las comunidades cristianas.
El momento diocesano, el momento parroquial, que evidentemente no termina porque cada una de las comunidades forma parte de una parroquia, es un momento histórico porque nosotros estamos por lo menos tratando de poner en práctica lo que nos está diciendo la Iglesia hoy día. Lo que nos está diciendo sobre qué es la Iglesia y cómo tiene que ser la Iglesia de Jesucristo. Evidentemente y lo vimos muy claro en el Concilio Vaticano II no cualquier Iglesia es agradable a los ojos de Dios. Esto tenemos que tenerlo bien claro, los cristianos a veces no nos atrevemos a decir eso, “no cualquier Iglesia es agradable a los ojos de Dios”. Me refiero no a cualquier forma de Iglesia, no a cualquier tipo de Iglesia o a cualquier estilo de ser Iglesia, “no todos son agradables a los ojos de Dios” y por tanto, esa Iglesia no es la Iglesia de Jesucristo, no es la que él quiere. Estamos tratando de hacer nosotros, no estamos inventando nada nuevo, tratando de escuchar lo que la Iglesia nos viene diciendo hace 50 años por medio del Concilio Vaticano II, lo que la Iglesia de América Latina nos viene diciendo a través de una serie de asambleas de obispos de América Latina y nos viene plasmando en documentos que vinieron a culminar en el Documento de Aparecida, en la reunión de los obispos en la Asamblea Ordinaria de Brasil, Aparecida.
Lo único que estamos tratando es eso de ser fieles a un Espíritu, a una determinada forma de ser Iglesia que parece que es la que mejor responde a las necesidades de hoy, a las exigencias de nuestra gente y de nuestro pueblo y, desde luego, la que mejor responde en este momento para este continente a la voluntad de Dios expresada en su Palabra. Es un momento histórico, porque estamos creo yo, no sé tal vez me equivoco, tal vez lo veo de una forma demasiado optimista, estamos comenzando a trabajar como Iglesia, que no es lo mismo que evangelizar, hacer e ir y correr y celebrar misas, en fin, todo eso está muy bien y todos lo hacemos, pero no es lo mismo hacerlo como Iglesia, es decir, como comunidad de creyentes, en donde lo que se lleve a cabo en una parroquia, no es la voluntad de un párroco, no es la voluntad de unos cuantos privilegiados de una parroquia. Lo que se está tratando de llevar adelante en esa parroquia es la manifestación del Espíritu Santo en la comunidad de los creyentes, al cual nosotros tenemos que escuchar para poder ser dóciles a esa Palabra y poder encarnarla en esa diócesis concreta o en esa parroquia concreta o en esa comunidad cristiana concreta.
Estamos aprendiendo a trabajar en equipo, estamos tratando de implicar al mayor número de personas posible, estamos haciendo que todos participen por cuanto sea posible, que todos piensen, que todos opinen, que todos den un granito de arena. La Iglesia no es del obispo, la Iglesia no es de un párroco, la Iglesia no es de unos cuantos chineados en una parroquia, ¡no!, esos son guetos que no tienen nada que ver con el cristianismo. La Iglesia es apertura, la Iglesia es pueblo, la Iglesia es comunión, la Iglesia es participación y si no hay programas parroquiales que favorezcan la mayor participación posible, no hay Iglesia. No importa la linda catedral que tengamos, no importa la linda Iglesia que usted tenga y lo muy linda que la esté haciendo o la vaya a construir, no hay Iglesia porque allí no está el Espíritu del Señor, que es el espíritu de la comunión y de la participación.
Por otra parte esa nueva Iglesia, esos programas de evangelización que estamos plasmando y que hoy vamos a presentar tienen que reflejar esa doble cara de la Iglesia de Cristo, tienen que reflejar, por una parte, la dulzura del Buen Pastor, la caridad y la misericordia del Buen Pastor y eso lo venimos diciendo e insistiendo continuamente; pero al mismo tiempo tienen que reflejar, yo diría, un poco esa parte de Juan Bautista a quien en buena parte lo hemos olvidado en la Iglesia, Juan Bautista es un pobrecito marginado, un marginado más en esta Iglesia de Cristo, porque marginados desafortunadamente ha habido muchos y todavía los sigue habiendo. Hay que traer un poco de ese espíritu profético de Juan Bautista a quien el mismo Señor Jesucristo alabó de una manera extraordinaria, un poquito más de ese Juan Bautista que hoy día aparece en el evangelio, o a quien Jesucristo menciona diciendo una cosa terrible que nos debe asustar a todos, había un hombre que tenía dos hijos, a uno le dijo: vete a trabajar en la viña y el dijo sí, claro, cómo no, pero no fue. A otro le dijo vete a trabajar a la viña y dijo: no, no voy, pero fue. Y él dijo: ¿cuál de estos dos hizo la voluntad del padre? Lógicamente el que primero dijo que no, pero después dijo que sí. Nosotros tenemos que quitar de la Iglesia cualquier rostro de hipocresía, la Iglesia de Jesucristo no puede admitir absolutamente ningún rostro de hipocresía, donde algo que no es religión aparezca como religión.
En la primer lectura dice muy bellamente Sofonías, lo que quiere el Señor es un resto, un resto fiel, un pueblo fiel, pobre y sencillo, pero que pueda rendirle el sacrificio a él, agradable, ese es el pueblo que él quiere; y la Iglesia, perdónenme hermanitos que lo diga y lo repita, la Iglesia no ha sido siempre eso, la Iglesia no ha sido siempre ese resto fiel, humilde y pobre que se preocupa solamente de hacer la voluntad de Dios y nada más. Por eso, hoy el Señor Jesucristo dice en el evangelio también de forma muy dura, terrible hermanos, si nosotros no sentimos eso como una espina en el corazón, como un azote terrible, si no lo sentimos es que no hemos escuchado el evangelio y es que no hemos escuchado su Palabra. Aquí es donde digo que tiene que entrar un poco ese espíritu de Juan el Bautista, a quien nosotros por haberlo descuidado a veces hemos hecho una Iglesia débil, una Iglesia que se contenta con pequeñas prácticas religiosas, pero que no siempre es la religión que el Señor quiere. El Señor dice y les recrimina a su pueblo, sobre todo a los escribas y fariseos las prostitutas y los publicanos se les han adelantado a ustedes en el Reino de los Cielos, porque vino Juan y predicó y las prostitutas y los publicanos le escucharon y se convirtieron y ellos entrarán en ese Reino de los Cielos. Ha venido él y sin embargo encuentra la resistencia de aquellos que supuestamente tenían que ser los primeros que se iban a abrir a su mensaje y no fueron. Ahí está claro lo que dijo antes, entonces de qué vale decir que sí, si después digo que no, como le pasó al pueblo judío, es mejor que se diga que no y después se diga que sí, como les pasó a los gentiles.
Hermanos que este momento, en nuestras diócesis, marque de veras un estilo nuevo de hacer diócesis, o de ser diócesis, un estilo nuevo de ser parroquia… Ya hemos dicho, no una, sino muchas veces, esto requiere de un cambio de mentalidad, esto requiere un estilo diferente. La parroquia tiene que ser la gran comunidad de comunidades, la gran familia de Dios donde todo mundo se sienta parte de ella, miembro vivo de ese gran cuerpo que es el cuerpo de Cristo.
Vamos a pedirle al Señor que al entregar hoy nuestros programas parroquiales de evangelización sea ese el compromiso que hagamos, obispos, sacerdotes, diáconos, seminaristas, todos nosotros, ustedes agentes de evangelización a todos los niveles, que hagamos un compromiso serio, esto nos está llevando a asumir un nuevo estilo de Iglesia, un nuevo estilo de evangelizar, un nuevo estilo de vivir la vida cristiana. Que el Señor nos ayude y que así sea. Amén.