Homilía con ocasión del II Día Novena a Nuestra Señora Reina de los Ángeles – Mons. Juan Miguel Castro Rojas
Muy estimados sacerdotes, diáconos, religiosos, religiosas, seminaristas, medios de comunicación, muy queridos hermanos de las diferentes parroquias de nuestra querida Diócesis de San Isidro que nos acompañan, un gusto inmenso de compartir con todos ustedes esta Eucaristía con motivo de la visita diocesana a la Casa de la Madre, de la discípula, por excelencia, de nuestro Señor Jesucristo, Patrona de Costa Rica, protectora de la Patria y madre celestial de todos nosotros, quienes hemos venido a su presencia, como hijos agradecidos, a darle gracias por su protección, bendición y amor materno para con cada uno de nosotros y de esta tierra costarricense, y a solicitarle su intercesión a favor de nuestras súplicas al Señor que traemos en nuestro nombre y de aquellos que nos lo han solicitado.
En este espíritu filial, hemos ingresado a la casa de la Madre y contentos de estar aquí, hemos cantado, pedido perdón de nuestros pecados y escuchado con devoción y con el oído atento, la Palabra de Dios. En la liturgia de la palabra proclamada en esta celebración eucarística, se nos exhorta a comprender el poder salvador de Dios para con nosotros y contemplar en el silencio su maravilloso amor que nos motiva a cantarle, a darle gracias y reconocer en la persona de Jesús al profeta por excelencia y al rey de toda la creación.
En la primera lectura del libro del Éxodo se afirma: «El Señor peleará por ustedes, ustedes esperen en silencio». El silencio es una actitud cristiana frente a los misterios de Dios. A Dios no se le cuestiona, se le contempla en silencio y siempre tendremos la certeza que El actúa por nosotros. María, como discípula, comprendió perfectamente esta verdad y confió plenamente en su Hijo, pues al final, con su resurrección, podríamos decir: peleó por nosotros contra el pecado, la muerte y el tentador, y salió victorioso.
El sacerdote Santiago de Anitua, en su obra Madre de Dios, al comentar el acontecimiento de la presentación de Jesús en el templo, afirma: «El silencio de María era contemplación asombrada del Hijo de Dios, hecho hijo de ella; secreto de las maravillas realizadas en Ella por Dios; meditación en los caminos de la Providencia. Silencio lleno de voces interiores, de alabanza y de interrogaciones. Silencio lleno de Dios, porque la Palabra de Dios se había hecho hombre y también callaba.» (p. 267).
Como creyentes en el Señor y fieles hijos de María, aprendamos a guardar silencio. Un silencio contemplativo que nos lleve a valorar nuestra vida como un don de Dios para servir, para anunciar la Buena Noticia, para decirle al mundo lo que Dios quiere y, sobre todo, para ser personas auténticas y colaboradoras de cambios urgentes como la eliminación de la violencia intrafamiliar, pues ya basta de mirar a niños agredidos por sus propios padres, mujeres asesinadas por quienes les dicen que las aman y a adultos mayores maltratados por sus propios familiares.
En el Salmo responsorial aclamamos al Señor diciendo: «sublime es su victoria». La victoria sobre sus enemigos, quienes nos habían alejado del amor verdadero de Dios y construido un reino de maldad, división y opresión manifestado en conductas contrarias a la voluntad de Dios. María, como discípula, al recordar las maravillas realizadas por el Señor en su pueblo, contempla la actualización de la obra salvífica de Dios en su Hijo, Jesucristo. Y por eso, canta aleluya.
Cantemos también nosotros aleluya, pues el Señor va adelante y nos enseña el camino para la libertad. Una libertad de las cadenas de las drogas, que destruyen nuestra sociedad con diversos actos inmorales e ilegales como el trasiego de drogas, el sicariato, el asesinato de personas para robarles sus pertenencias, el envenenamiento de la mente de tantos niños y adolescentes con doctrinas e ideologías contrarias al orden natural de la creación, contrarias a la voluntad de Dios e incluso contrarias a las leyes de la república. Nuestras futuras generaciones tienen el derecho de crecer en una sociedad de la mano de los valores humanos y cristianos.
La Buena Noticia anunciada hoy por el evangelista Mateo, nos presenta dos sentencias sobre Jesús. La primera, aquí hay alguien más que Jonás y la segunda, aquí hay alguien más que Salomón. María, como discípula, lo sabe, pues la autoridad con que Jesús actúa es de un auténtico profeta y rey; profeta porque habla en el nombre de Dios y rey porque su palabra es obedecida hasta por los demonios. Un verdadero discípulo de Jesús lo comprende, más aún, lo vive. Nosotros lo sabemos, como María lo sabía, pues en el sacramento del bautismo, cuando se nos unge con el Santo Crisma, nos constituyen sacerdotes, profetas y reyes de la nueva alianza.
¿Cómo podemos ser profetas y reyes? Profetas: anunciando el Evangelio de Jesucristo, primero con nuestro testimonio y luego con nuestra palabra. Anunciar y vivir, ambos son inseparables. Pues la palabra convence más el testimonio arrastra. Al respecto La Exhortación Apostólica acerca de La Evangelización en el mundo contemporáneo en el número 41, dice: el mundo contemporáneo escucha más a gusto a los que dan testimonio que a los que hablan o si escucha a los que hablan es porque dan testimonio.
¿Cómo podemos ser reyes? Ejerciendo nuestra autoridad con honestidad, respeto y caridad. Como funcionario público, cumpliendo con las obligaciones inherentes a su cargo, como padre y madre de familia, siendo coherentes con sus responsabilidades familiares, como ciudadano, colaborando con las tareas sociales en todo el sentido de la palabra.
Una misión que nace del discipulado de Jesús, así como María, la discípula por excelencia de Jesucristo. En este día de la novena en honor de Nuestra Señora de los Ángeles, se nos propone el tema de Santa María, discípula del Señor, para meditar sobre nuestra vida cristiana a la luz de la persona más cristiana que haya existido en este mundo y ¿por qué la más cristiana? Porque Ella fue elegida, desde antes de la fundación del mundo, para ser la madre del Señor; fue concebida sin pecado original, gracias a los méritos de su Hijo Redentor; el ángel Gabriel la llama la «llena de gracia» y le comunica el mensaje del Padre Celestial sobre su maternidad divina, en su vientre se gestará la Palabra eterna de Dios para hacerse hombre gracias a la acción del Espíritu Santo.
Jesús nace en Belén, y María en silencio contempla en su propio Hijo el misterio de Dios. Cuando lo presenta en el templo recibe un oráculo: a ti una espada atravesará tu corazón, y sin cuestionamiento, espera cumpliéndose en el acontecimiento de la cruz. Jesús crece entre los suyos gracias a las manos de José y María a tal punto que suben a Jerusalén para la celebración de la Pascua y a eso de los 12 años Jesús conversa de los asuntos del Padre con algunos doctores de la ley.
Tres años antes de cumplir con su misión encargada por el Padre, Jesús deja su casa paterna. Años al lado de José y María. De ellos aprende, madura y crece como persona y creyente judío y al mismo tiempo María madura en su fe hacia la persona de su Hijo, el primogénito de la humanidad, el Redentor, el hombre perfecto, santo, inmaculado y el Señor de toda la creación convirtiéndose en su mejor discípula.
En diferentes ocasiones de la vida apostólica de Jesús, María se hace presente. Lo busca en Cafarnaúm; está ante la cruz y recibe la fuerza de lo Alto en Pentecostés; sin embargo, considero que ella también estuvo en la última cena, en el juicio injusto ante Poncio Pilato, caminó con Jesús hasta el Gólgota e incluso vive una experiencia contemplativa con el resucitado. Experiencias que, no solo como madre, sino como discípula María vive y luego comparte con los suyos. Por eso, los obispos latinoamericanos y del Caribe reunidos en Aparecida, Brasil, nos exhortaron a contemplar a María como la discípula más perfecta del Señor.
En el número 266 del documento conclusivo de la Quinta Conferencia General realizada en el año 2007, se nos recuerda que: «la máxima realización de la existencia cristiana como un vivir trinitario de hijos de Dios nos es dada en la Virgen María quien, por su fe y obediencia a la voluntad de Dios, así como por su constante meditación de la Palabra y de las acciones de Jesús, es la discípula más perfecta del Señor. Interlocutora del Padre en su proyecto de enviar su Verbo al mundo para la salvación humana, María, con su fe, llega a ser el primer miembro de la comunidad de los creyentes en Cristo, y también se hace colaboradora en el renacimiento espiritual de los discípulos. Del Evangelio, emerge su figura de mujer libre y fuerte, conscientemente orientada al verdadero seguimiento de Cristo. Ella ha vivido por entero toda la peregrinación de la fe como madre de Cristo y luego de los discípulos, sin que le fuera ahorrada la incomprensión y la búsqueda constante del proyecto del Padre. Alcanzó, así, a estar al pie de la cruz en una comunión profunda, para entrar plenamente en el misterio de la Alianza.»
Para la Iglesia, el discipulado de María es un modelo de vida como lo han vivido muchos hermanos, entre ellos, los santos que entregaron su vida por el Señor y fueron testigos del Evangelio de Jesús en el silencio, en el canto de liberación y en la confesión de que Jesús es el verdadero profeta y rey. Pidamos al Señor que María, nuestra madre, bendiga a nuestra diócesis de San Isidro de El General y al país entero. Amén.