Homilía Solemnidad Corazón de Jesús (Jubileo de los Enfermos)

        Pronunciada por: Mons. Gabriel Emrique Montero Umaña

        Hermanos y hermanas, la razón de ser de esta Eucaristía, esta tarde,  es que estamos en el Año Jubilar de la Misericordia, todos lo sabemos. Un año que durará desde la pasada Fiesta de la Inmaculada Concepción hasta el 20 de noviembre de este año:   Año Jubilar de la Misericordia. Aquí se ha arreglado esa puerta, como ya les han explicado, para que todos aquellos que así lo quieran y cumplan las condiciones requeridas puedan recibir esa indulgencia plenaria, plenaria por ser este Año Jubilar, año extraordinario, Año Jubilar de la Misericordia.

        Recibir esa indulgencia plenaria, ¿por qué? por las culpas merecidas por nuestros pecados. No es lo mismo que hablar del perdón que se recibe en un sacramento como el de la Reconciliación. Ese es el perdón de los pecados que, de momento, yo he cometido, pero no está todo resuelto ahí, quedan sobre todo lo que es la responsabilidad nuestra en aquellos pecados que cometimos y entonces,  la Iglesia habla de este Año Jubilar como una oportunidad para la remisión también de nuestra culpa, la culpa de nuestros pecados, que bien habrá que expiar sobre esta tierra, en esta forma y en otras formas que ya veremos; si no, habría que expiarla en el purgatorio, antes de presentarnos definitivamente a la presencia de Dios.

        La segunda razón del Año Jubilar es, precisamente para que nosotros podamos aprovecharnos de esa misericordia infinita que Dios tiene para ofrecer ese año,  ya sea por nuestras propias culpas,  pero también por otras personas. Es una ocasión para recibir abundantes gracias y misericordia de parte de Dios hacia nosotros. El Señor nos ha dicho y nos dice muy claro, a través de la Iglesia, a través del Papa Francisco, en estos días, que se trata de un año para que todos abramos el corazón a la misericordia de Dios para con nosotros y de nuestra misericordia para con los demás. ¿Con quién se tiene misericordia? Con aquellos o aquellas que estén sufriendo. De manera que el Papa muy preocupado con lo que él está viendo en la sociedad actual, por una tendencia muy fuerte hacia el egoísmo, hacia poner cada día más y más nuestra propia persona en primer lugar, a descuidarnos del sufrimiento de los demás, a permitir que pasen en la humanidad, incluso tremendas tragedias y tremendas situaciones humanitarias y a permitir que pasen, sin que nosotros ni siquiera nos movamos a compasión.  

        Es como aquél sacerdote del templo de Jerusalén o aquel levita que pasaban, por aquel lugar, donde estaba aquel samaritano tendido en el suelo, medio muerto; pero pasaron de lejos, no tuvieron tiempo para detenerse. Se hicieron los indiferentes, no porque no lo vieron, sino porque no querían realmente tener misericordia del otro. El Señor nos da este Año Jubilar para que, nosotros, aprendamos qué es la misericordia de Dios, cómo hay que recibirla, sí en primer lugar;  pero también cómo hay que darla, cómo es que nosotros tenemos que ser misericordiosos como el Padre nuestro es misericordioso y como nos lo demostró clarísimamente en la persona de su Hijo Jesucristo.

        Vean hermanos y hermanas, que son incontables, en la Sagrada Escritura, las veces que se nos habla de la misericordia de Dios. Pero para tomar un ejemplo está aquí la primera lectura hoy, tomada de Ezequiel. Nos indica la sensibilidad del corazón de Dios hacia las necesidades de los demás. Ya en el tiempo de la cautividad de Egipto, el Señor había escuchado los llantos, los lamentos de su pueblo que estaba en esclavitud.  Llamó a Moisés y a otros para que fueran los líderes de ese movimiento de la liberación de Egipto. Pero,  Él tuvo compasión del pueblo que gemía y lloraba bajo trabajos forzados en Egipto. El  corazón de Dios, es un corazón sensible, es un corazón que siente, aunque nosotros  a veces pensemos que no, es un corazón profundamente cercano al dolor humano, aunque nosotros los humanos muchas veces nos volvamos tan insensibles.

        Volviendo a la idea del Papa Francisco sobre este Año de la Misericordia, él dice “tengamos cuidado, el mundo se está volviendo frío, el mundo se está volviendo indiferente, la sociedad se está volviendo cada vez más egoísta, estamos viviendo la globalización de la indiferencia”. La palabra muy gruesa que dijo el Papa, “estamos viviendo en la sociedad actual, la globalización de la indiferencia” y ante esa indiferencia,  él,  quiere proponernos la misericordia como camino de salida, como camino de solución. Para invertir el ritmo, la dirección que lleva la sociedad, necesitamos agarrarnos de Dios, acudir a su misericordia y aprender misericordia de Él.

        Les recuerdo la primera lectura de hoy, que se me quedó un poquito de lado, del Libro de Ezequiel, cómo el Señor tiene compasión por aquellas ovejas que andan no solamente descarriadas, sino que se han herido, que han sufrido hambre, sed y calor. Y Él dice que ese cuida de las ovejas y  ese cuida incluso de las más débiles y Él venda sus heridas, porque Él mismo tiene compasión de nosotros. Muy claro aparece en el Evangelio de hoy, donde nos habla de ese Buen Pastor  que aún teniendo cien ovejas, una se le pierde y es capaz de salir a buscarla, arriesgando si se quiere un poco la suerte de aquellas noventa y nueve, pero sale Él a buscar a aquella oveja que se ha perdido. De toda manera está perdida, las otras están más o menos a salvo, pero no se puede perder ni uno sólo dice Él. El Señor tiene un corazón sensible, sensibilísimo al dolor humano. Por eso,  un día, Él mismo, pudo decir “vengan a mí, todos los que estén cansados y agobiados por el peso de las tribulaciones de la vida. Vengan a mí que yo los aliviaré. Eso sí, carguen con mi yugo, aprendan también ustedes a llevar mi yugo y descubrirán que mi carga es liviana y mi yugo es ligero. Pero también hay una frase muy importante  allí que Él dice “aprendan de mí que soy manso  y humilde de corazón”. Porque aunque nosotros estemos sufriendo y tengamos un Dios que es compasivo y misericordioso y que acude en nuestra ayuda cada vez que sufrimos y siempre,  pero con particular atención cuando sufrimos, ese Dios también quiere ver que nosotros aprendamos a sobrellevar nuestro dolor y que no desperdiciemos el dolor que ahora sentimos por una enfermedad, por una operación, por un mal que todavía, cuya causa  no se ha encontrado, en fin,  por unos síntomas después de  la operación, etc.

        El Señor nos dice,  tampoco Él ha venido a repartir chocolates y confites para que nosotros nos endulcemos la boca y sigamos pidiendo chocolates y más chocolates y más confites. No, no sólo eso. A todo aquél que sufre Él le ha dicho, y  todos sufrimos de alguna manera, Él les dice “tomen sobre sí mi yugo, es decir, aprendan a compartir mi dolor y con eso aprenderán a compartir el dolor de los demás, es el dolor del mundo, el dolor de la sociedad, es el dolor de los enfermos, es el dolor del que padece hambre, es el dolor del que anda errante, es el dolor de quien no tiene casa, no tiene trabajo o de unos hijos que no tienen qué comer en su casa. Él quiere que abramos el corazón a los demás, aún cuando nosotros estemos sufriendo. Por eso dice muy claro “aprendan de mí que soy manso y humilde de corazón.”

        Yo desde muy jovencito, sí, porque también fui jovencito, fui, verdad hace muchos años…, yo desde muy jovencito, sacerdote, cuando empecé a visitar los hospitales y a tratar más de cerca los enfermos, cosa que antes había hecho muy poco, empecé a descubrir que había una gran diferencia, una gran diferencia entre el enfermo que sabe sufrir y el enfermo que no sabe sufrir. El que ha descubierto el sentido de la Cruz de Cristo, el que ha descubierto que en su cruz, el dolor ha encontrado un sentido redentor, ese o esa,  empezará a ofrecer sus dolores al Señor y empezará a ofrecerlos por él y por los demás y se dará cuenta que su vida tiene valor, que su vida tiene un valor inestimable a los ojos de Dios. Alguien puede pensar, yo estoy en una silla de ruedas, yo estoy en una cama de enfermo, yo no puedo ni moverme quizá, esa persona a los ojos de Dios tiene un valor inestimable y por eso el Papa dice “así como nosotros vemos al Señor Jesucristo y su rostro presente en la Eucaristía, así también descubrimos sus llagas presentes en cada persona que sufre.”  Y a esto nos invita también a nosotros. Hermanos y hermanas, aprendamos pues de Él,  esa capacidad de sobrellevar la Cruz.  Las cruces las tenemos que llevar todos, las cruces son parte de la vida, pero si las sabemos llevar producirán menos dolor. Por eso, experimentaremos que su yugo es suave y su carga es ligera, no porque no tengamos que sufrir, sino porque experimentaremos que el dolor ya encuentra un sentido y encuentra un valor. Cuando el dolor no tiene ninguna de estas dos cosas se vuelve mucho más insoportable.

        Continuemos orando en esta Eucaristía y pidámosle  a Él, que es el Maestro de la Misericordia, que nos enseñe a nosotros la misericordia verdadera,  tanto para nosotros mismos como para con los demás, en especial, con los que sufren. Así sea.

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