Joven alajuelense, nuevo diácono de San Isidro

Este sábado 17 de julio, al ser las 10:00 am se celebró la Ordenación Diaconal de Jorge Andrés Sancho Arrieta, joven alajuelense que durante su proceso formativo hizo opción por nuestra Diócesis.

Durante la homilía, Mons. Fray Gabriel Enrique Montero Umaña, recordó que éste es un motivo de alegría: «Jorge, por decir así, no era nuestro, en el sentido que no empezó desde sus orígenes con nosotros, pero llegó a esta Diócesis como un regalo de Dios».

Refiriéndose a la riqueza del diaconado para la Iglesia, el prelado precisó: «el diaconado no es simplemente una ordencita momentánea, es toda una institución en la iglesia; con el diaconado, la iglesia reconoce y consagra ni más ni menos que el servicio evangélico que tanto caracterizó la vida del Señor Jesucristo, y que tanto debe caracterizar la vida de la Iglesia».

El Obispo de San Isidro, recordó también que «debemos permanecer diáconos toda nuestra vida, porque el diácono tiene que expresar que la autoridad en la Iglesia no es otra cosa más que un servicio, el diaconado tiene que expresar que la fe no se basa ni consiste sólo en unos cuantos ritos, en unas cuantas creencias o devociones, es la capacidad de servir y de amar a todos los demás con el espíritu que lo hizo el Señor.»

Con gran cercanía, el obispo Montero se dirigió a Jorge, diciéndole: «vos y yo no somos más que siervos inútiles, aprendamos a ser siervos y siervos inútiles». Y citando al Papa Francisco, agregó: «que todo el bien que hagas sea un secreto entre nosotros y Dios, así darás fruto.

Por su parte, en entrevista con Radio Sinaí 103.9 FM, el Diác. Jorge Sancho Arrieta, indicó: » hoy me sentí misericordiado y amado por Dios […] me sentí abrazado por Dios, y sentí cómo lo que hemos vivido no ha sido en vano, ha sido todo un regalo de Dios; en estos días, he podido contemplar toda mi historia de vida, donde Dios ha ido marcando cada momento, hoy se inicia una nueva etapa en la cual deseo responderle a Dios con generosidad pero sobretodo en el servicio, y que Dios me pueda conceder la gracia de contemplarme siempre pobre y humilde frente al gran misterio que empezó a confiarme el día de hoy.»

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