Llamados a continuar el sacrificio doloroso de Cristo

Homilía pronunciada por Mons. Juan Miguel Castro Rojas en Catedral de San Isidro

Muy queridos padres, muy queridos diáconos, hermanos que nos siguen a través de Radio Sinaí, hermanos aquí presentes en la Catedral. A media tarde de aquel viernes, Jesús inclinó la cabeza y expiró, así lo hemos escuchado; todo se había cumplido, los acontecimientos ocurridos luego de su muerte sobresalían para que se entendiera que Aquél colgado de un madero, era verdaderamente el Hijo de Dios.

El Mesías esperado, el nuevo Moisés, el siervo de Yahvé de Isaías, el cordero degollado, el redentor del mundo, y desde este madero, constituido rey de los judíos para siempre. Hoy nos hemos reunido como comunidad litúrgica para conmemorar este acontecimiento, la pasión y muerte de Jesús, el Cristo.

Nos hemos vestido de rojo para celebrar la redención sangrienta del mártir del Gólgota y llenos de tristeza pero con esperanza, miramos al que traspasaron para la obtención de la salvación del género humano.

El profeta Isaías nos presenta el siervo de Yahvé a alguien que se sacrificó por su pueblo con un martirio sufriente y doloroso, desfigurado no parecía hombre ni tenía aspecto humano, era inenarrable y algo inaudito. Pero el Señor quiso triturarlo con el sufrimiento para entregar su vida como expiación, fue maltratado, voluntariamente se humillaba y no abría la boca, como un cordero llevado al matadero, como oveja ante el esquilador, enmudecía y no abría la boca.

El salmista nos regaló un cántico al sentido del abandono total en los brazos del Señor, a tus manos encomiendo mi espíritu, tú el Dios leal me librarás, haz brillar tu rostro sobre tu siervo, sálvame por tu misericordia. El autor de la carta a los hebreos todavía los recuerda más, Cristo a gritos y con lágrimas presentó oraciones y súplicas al que podía salvarlo de la muerte y fue escuchado por su actitud referente, él a pesar de ser hijo aprendió sufriendo a obedecer.

Antes de meditar en el Santo Evangelio detengámonos aquí, la semejanza del siervo de Yahvé y el angustiante salmista con la descripción del sufrimiento de Jesús es casi perfecta, la pasión y muerte del Señor es prefigurada en el Antiguo Testamento, testificada por la palabra y comprendida por aquellos que vivieron solidariamente con Él en su camino hacia el Gólgota.

Ahora bien, el apóstol Juan en su evangelio, presenta a Jesús como un rey glorioso desde la cruz, tiene una corona, entronizado en la silla utilizado por Pilatos que culmina en el patíbulo de la Cruz, vestido con una túnica roja, presentado a su pueblo como he aquí a su rey, le brindan reverencia, aunque sea burlesca.

¿Qué nos enseña la palabra proclamada en ese día de viernes Santo? Jesús es el anunciado desde el fondo de los siglos es el rey, el sacerdote del universo desde una cruz, y nosotros cristianos con cruz somos seguidores e hijos de Dios para anunciar a todos, la buena noticia del perdón de nuestros pecados, el justo muere por el injusto, enmudecido como cordero por los blasfemos, el santo por el pecador.

Hoy estamos llamados a continuar con el sacrificio doloroso de Jesús y proclamar la redención del género humano a través de la Iglesia, pues es una comunidad sinodal y en salida para la búsqueda de la oveja perdida; por lo tanto, iniciemos este nuevo itinerario orando por la iglesia y sus necesidades, por nuestros hermanos cristianos y no católicos, por los judíos y por quienes buscan al Señor con sincero corazón.

Adoremos al Señor en el signo de la redención, en la cruz, porque todo cristiano tiene su cruz, la misma del Señor para participar plenamente en su obra redentora y ser copartícipe de sus dolores y sufrimientos. Recibamos su cuerpo inmolado en la cruz con devoción y humildad de corazón y así saldremos hoy de este templo para proclamar que el Señor ha muerto por nuestros pecados, pero que el domingo al clarear el día, saldrá triunfante para darnos vida y vida en abundancia.

Así sea.

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