Atendiendo al llamado de Jesús, y como resonancia de la recién pasada invitación del Papa Francisco de hacer una Jornada por los Pobres, quisimos en la Parroquia Nuestra Señora de Lourdes en Barrio Lourdes de Pérez Zeledón, tomarnos en serio este reto, y durante el Adviento, preparar una Jornada de Misericordia que tuviera por objetivo: seguir construyendo comunión, solidarizarnos con los más necesitados, y al palpar el dolor, ser agradecidos por lo que tenemos.
Muy temprano, este 26 de diciembre sería distinto para quienes se unieron en esta obra de amor, con gran alegría, un grupo de agentes de evangelización continuaron escribiendo historia de Salvación cuando el aula del Sagrado Corazón se convirtió en un recinto de bondad que albergó las donaciones de una desprendida parroquia que dijo presente…; y al paso de los minutos, más de 40 diarios esperaban por ser trasladados hasta ciertos hogares que habían sido escogidos con antelación, por los mismos agentes, para aliviar un poco el dolor de algunas familias en sus comunidades.
A media mañana, inició la titánica misión de llevar estas donaciones hasta los hogares; quizá son muchas las historias que esta noche quedan en mi retina, como párroco quería poder ir hasta cada hogar y decirles a estos hermanos que Dios les ama, y que con este gesto del pueblo hermano Dios mismo les estaba diciendo que en medio del dolor les deseábamos una navidad feliz y un mejor año, que estos alimentos se convertían en una caricia de Dios para ellos, y que de corazón queríamos decirles que son nuestros hermanos…
La mañana y la tarde de este día fue el tiempo que Dios nos dio para vivir el Evangelio, para comprender lo que significa la Navidad, para mirar a Jesús que se encarna en cada hermano necesitado… Entre las historias que marcan la jornada, podríamos señalar que llegamos a unos hogares donde quizá la misma indiferencia de la sociedad les ha hecho mostrar una dureza poco esperada; pero, también llegamos a otros hogares donde las palabras no logran describir lo que en segundos se vive… Una mujer desborda en lágrimas al mirar que un compañero coloca entre los suyos un diario que servirá para calmar el hambre de estos días… Una anciana aguanta su llanto mientras recuerda que hace poco perdió a su esposo después de 50 años de vida matrimonial, se reconforta de saber que está con Dios y que desde el cielo le acompaña, recibe el diario y al alejarnos para continuar nuestro camino el retrovisor me muestra el llanto que aflora en aquel rostro cargado de historias y sacrificios…
A este punto, no puedo sino hacer un reclamo: no comprendo aún cómo nuestro corazón se vuelve tan duro ante las necesidades del hermano; lo anterior, me brota al saber del grado de indiferencia que aún existe entre quienes nos decimos estar cautivados por Jesús…, cuánto quizá nos falta para comprender el Evangelio en su esencia…, cómo hemos sido capaces de pretender ignorar la necesidad de aquel que tenemos a nuestro lado…, hasta dónde hemos llegado que el dolor ya no nos conmueve… Entre tanta pregunta, viene a mi mente aquella casa donde llegué esta tarde, el sol pega fuerte a una débil estructura y en su interior una pareja, en aquel solitario aposento una señora yace con su pierna amputada, mientras su marido, ya entrado en años, intenta dar unos pasos y cuenta como un reciente aneurisma le ha atacado y ahora espera resultados de un cáncer de el estómago…, relato que interrumpe mientras levanta las manos con alegría y agradece al Creador por los alimentas que les llevamos…, de sus ojos quieren salir lágrimas y retoma su relato diciendo que esta donación es una bendición, porque su poco dinero, ahora se invierte en pañales y muchas veces no alcanza…
Finalmente, una parte de los alimentos se han llevado a la cocina, un grupo de personas no solo los han llevado al punto de la cocción, sino que han puesto en cada paso el mejor ingrediente, el amor…; al caer el día, la hora es propicia para dirigirnos hasta las calles, ha llegado el momento de ir a los cruces de los caminos e invitar a todos porque la fiesta está preparada como recuerda el Evangelio. Situados en el Parque de San Isidro, colocadas las mesas y unas sillas, ahora solo falta esperar…, al paso de los minutos empiezan a acercarse los primeros invitados, rápidamente la mesa parece estar llena y en medio de la oscuridad uno de aquellos nos evangeliza a todos y pide que desea hacer la oración, el evidente estado etílico no le impide elevar una verdadera plegaria, y me llama poderosamente la atención su petición: “Señor, gracias por estos alimentos, bendice a estas personas que hoy nos ayudan y que esta navidad sea de bien para todos, bendice a mi hermano que tengo al lado porque ahí estás tú”…
Surge entre los agentes que acompañan la experiencia una iniciativa de puro Evangelio, quieren ir a buscar a más comensales y como por impulso divino en pequeños grupos dirigen sus pasos en todas direcciones…; un tanto distanciado del grupo, admiro aquella espontaneidad, en mi rostro se dibuja una sonrisa porque creo que sin duda el objetivo se está logrando…, no solo estamos mirando la realidad, sino que esta realidad nos está evangelizando… Y al paso de los minutos, no sólo se está entregando alimentos en el corazón del cantón, sino que algunos han tomado la iniciativa de llevar comida hasta otras zonas y recorren las calles incluso de algunas localidades cercanas…
Rostros de agentes jóvenes, y de otros que ya las canas develan la sabiduría, en una sola causa servían con amor, mientras unos ofrecían los alimentos otros bajo el firmamento de una noche de verano contaban historias…, pronto la camaradería floreció y no faltaría quien pidiera incluso para llevar a otro ¨compa¨ que en algún lugar esperaba un gesto de cariño y fraternidad…
Pero no podría terminar este escrito, sin pensar en aquella mujer que fue identificada por una de las agentes de evangelización que estaba en la experiencia, su rostro relativamente joven guardaba cierta tristeza evidente, en su cabeza un poco tela develaba sin duda las tristes secuelas de un tratamiento de quimio…, invitada a comer pronto escucharía entre algunos corrillos algo sobre su enfermedad…; pocos minutos después, ella nos contó su historia…, y al mostrarnos las llagas que perforar sus piernas de forma indescriptible, la noche guardó silencio…, nunca nos pidió nada sino que ofreció unos números con cuya ganancia paga el alquiler de una cuarto donde vive y adquiere unos medicamentos de alto costo…, sus llagas abiertas dejaban sin palabras al más valiente, su mirada fija clavó en el corazón del más duro, y si sólo por aquella historia el Señor nos mandó a esa zona, la Jornada y el cansancio del día estaba más que saldado…
Habíamos salido a dar comida, terminamos ofreciendo algún dinero, vertiendo unas cuántas lágrimas…, y quedando desarmados frente al dolor inocente…; personalmente, quise estar un momento a solas y preguntarme: dónde estamos, qué hacemos, por qué nos cuesta tanto… y definitivamente, agradecer a Dios por lo millonario que somos y lo mal agradecidos que nos volvemos…