Este sábado 14 de enero, la congregación religiosa de los Misioneros Trinitarios y la comunidad de La Palma de Puerto Jiménez vivieron con gran alegría la Ordenación Presbiteral del Diác. César Atilio Méndez Meléndez. El fuerte calor característico de la zona, era sin duda signo del amor y gratitud de un pueblo que vivió cada detalle de la ceremonia, la cual fue preparada con sobriedad pero con gusto en todos sus elementos, desde el gimnasio el cual estaba dignamente decorado, hasta los elementos más propios de la liturgia para aquel esperado momento.
Al ser las 4:00 pm y estando todo dispuesto, con un pueblo expectante por el misterio del cual seríamos testigos, el obispo y los sacerdotes revestidos, y los novicios dispuestos a servir en la liturgia, vimos entre ellos al Diác. Cesar Atilio, el cual sin duda, mostraba en su mirada gratitud y confianza ante Dios, al tiempo que una serena sonrisa dejaba entrever humildad y paz interior.
Este hijo del hermano país de El Salvador, nació el 5 de noviembre de 1975 siendo el menor de cinco hermanos de la familia formada por Humberto Muñoz Cañas y María Cruz Meléndez, todos originarios del poblado de San Antonio Abad en San Salvador. Procedentes de la tierra de mártires, Cesar Atilio está marcado por esta experiencia, pues vivió junto a su familia aferrado a la fe en el Divino Salvador del Mundo momentos difíciles como las consecuencias de la guerra del pueblo salvadoreño; pero también, está marcado por el testimonio de fe y gesto misionero de su abuela, mujer sencilla y humilde que en medio de sus propias necesidades nunca dejó de servir a los enfermos, llevándoles el pan de la Palabra con gestos de solidaridad.
Al dar inicio la Eucaristía, rápidamente nos percatamos del sentido de Iglesia de aquel humilde pueblo, que a una sola voz entonaba los cantos y respondía con toda fuerza de ánimo; al tiempo que los ritos avanzaban poco a poco. Así, luego de escuchar el anuncio de la Palabra de Dios, fuimos testigos de cómo Dios habla en medio de los suyos, y la Iglesia pedía que fuera agregado al grupo de los presbíteros aquel joven que en pie y fuerte voz dijo: “presente”.
Posteriormente, Mons. Fray Gabriel Enrique Montero Umaña, obispo diocesano de nuestra Diócesis de San Isidro, en su homilía recordó que estábamos viviendo un momento importante en la vida de César “un día muy grande, porque el sacerdocio para la Iglesia de Jesucristo es grande”. Agregó que el sacerdote, se ordena como “sacerdote, profeta y rey; como sacerdote en el aspecto litúrgico y sacramental ofreciendo sacrificios en nombre del pueblo y siendo mediador entre Dios y los hombres, haciéndolo presente en medio de ellos en la Eucaristía y en por medio de la oración; profeta porque está llamado a enseñar y hablar en nombre de Dios, para que ayude al pueblo a discernir la voluntad de Dios y los signos de los tiempos, diciendo la verdad sin ninguna acepción ni temor y sin dejarse comprar por nadie; y rey, como aquél que dirige, forma, anima y conduce a la comunidad como pastor, teniendo la autoridad para mandar como lo hizo Jesucristo, sirviendo”.
También, el obispo recordó al diácono que en su ministerio sacerdotal está llamado a tener cuidado ante la tentación de querer dar prioridad a sólo uno de estos aspectos, por lo cual dijo: “trate siempre de ser las tres cosas, bien entendidas como las entendió Jesús y la Iglesia”. Y con la Palabra de Dios proclamada, añadió: “el sacerdote debe amar profundamente la Palabra de Dios, leerla, estudiarla, amarla, orarla, enseñarla y practicarla, por eso pregúntale a Dios que quiere de ti y en la Palabra descubre la voluntad de Dios”, insistió el prelado.
“Hoy encontramos en la Palabra la imagen del Siervo de Dios, es aquel que le ha entregado la vida a Dios, para que con él, el pueblo lo conozca, lo glorifique y se entregue; Dios quiere que cada cristiano sea luz para las naciones, que todos sean atraídos al Señor”, acotó el obispo al indicar la tarea del sacerdote. El Evangelio, añadió el obispo, “nos presenta a Juan Bautista, el presenta al Verdadero, la tarea del sacerdote es dirigir a la gente al encuentro del que quita el pecado del mundo, y con Juan Bautista decir, no me sirvan a mí, no me alaben a mí, no me agradezcan, el que viene detrás de mí es el importante”.
Finalmente, Mons. Montero agregó: “¡qué gran tarea la nuestra! pues esto es lo que tenemos que hacer. Recuerda a Juan Bautista, que tu vida siempre señale a Él. César, también como San Pablo toma siempre en cuenta a la comunidad, respete su palabra y dignidad, presidir no nos da derecho a ser más que ellos. Todos somos de primera clase, todos importantes a los ojos de Dios”, precisó.
Luego, se desarrollaron momentos hermosos del Rito de Ordenación, junto al pueblo fuimos testigos del interrogatorio donde César manifestó su deseo de servir y de hacerlo con el auxilio divino; postrado rostro en tierra, el Diác. Cesar Atilio vivió el momento en el que todos invocamos la intercesión de los santos, que terminaron con la preparación litúrgica para vivir en profundo silencio la imposición de manos del obispo sobre la cabeza del elegido, rito que luego realizamos los sacerdotes y que sería el previo a la oración consagratoria pronunciada por Mons. Montero. Después, fue revestido con los ornamentos propios que ingresaron sus padres. Ya como sacerdote, fueron ungidas sus manos con Santo Crisma para luego recibir los vasos sagrados necesarios para la celebración de la Eucaristía.
Al finalizar la Eucaristía, el General de la Orden, aprovechó para agradecer a tantas personas que son necesarias para que se haya hecho realidad la ordenación del hermano César, y dijo: “estamos muy agradecidos con el Padre César por decirle a Dios que sí, gracias a su familia, a sus padres que alentaron su vocación, sin su apoyo muchas veces una vocación no crece”.
Luego de la bendición final, Mons. Montero pidió de rodillas la bendición al neopresbítero César Atilio, y el pueblo fue invitado a saludar al nuevo sacerdote y pedir su bendición o besar su manos recién ungidas como lo habían hecho los demás hermanos sacerdotes durante el rito de ordenación.
Mientras el pueblo hacía fila para saludar y recibir las primicias de la bendición, doña María Cruz Meléndez, madre del nuevo sacerdote, nos dijo: “este momento para mí es algo muy especial, uno como madre tiene sentimientos encontrados, pero damos gracias a Dios porque esto es obra suya y es para su honra y gloria”. Por su parte, el mismo Pbro. César Atilio Méndez compartió lo que para él significa este momento en su vida, al respecto señaló: “para mí Puerto Jiménez es muy especial, yo empecé mi proceso como misionero acá y para mí este día es como retomar toda la riqueza que Dios me concedió en este llamado que me hizo, de manera especial a través de este pueblo tan sencillo y humilde, pero tan generoso a la vez con su vida y su presencia. Yo tengo el corazón así que me va a reventar, porque verlos a ellos a pesar de sus dificultades, necesidades y pobrezas queriendo estar acá, y compartir con nosotros me llena mucho, me da mucha vida y fuerza para iniciar el ministerio”.
Ante su nombramiento en una región necesitada en Tegucigalpa Honduras, dijo: “lo vivo con mucha esperanza porque al igual que mi país, es una zona muy golpeada por la inseguridad y violencia, la misión a la que voy es muy pobre, con mucha inseguridad, con la problemática de las maras, pero nuestra tarea es ayudar a que los jóvenes reconozcan que hay opciones y maneras diferentes para vivir y que como Iglesia podemos ofrecer”.
Finalmente recordó que “el sacerdocio es el poder plenificar el servicio, como religioso ya estoy sirviendo pero a través del ministerio voy a poder ayudar al pueblo para que por medio de los sacramentos pueda centrarse en esta experiencia de lo que somos, somos Iglesia porque Dios en medio de nuestra vida se ha hecho parte de nosotros, eso es la Encarnación. Y nosotros ayudar para que cada bautizado pueda vivir con fidelidad y entrega esa llamada que Dios nos ha hecho en el Bautismo. Estamos llamados a ser sal y luz del mundo”, precisó.