Este sábado 18 de agosto, Mons. Montero viajó hasta la localidad de Golfito, donde en los templos de El Civil y en el Centro Parroquial, procedió a celebrar la Eucaristía como desagravio, debido a que dichos lugares fueron víctimas de robos, donde se profanó el sagrario, sustrayendo el Santísimo Sacramento.
El Código de Derecho Canónico, en su cánon 1211, se puede leer: «los lugares sagrados quedan violados cuando, con escándalo de los fieles, se cometen en ellos actos gravemente injuriosos que, a juicio del Ordinario del lugar, revisten tal gravedad y son tan contrarios a la santidad del lugar, que en ellos no se puede ejercer el culto hasta que se repare la injuria por un rito penitencial a tenor de los libros litúrgicos».
Por esta razón, durante la celebración que realizó el obispo, indicó: «Dios es el único Santo, solamente se santifica aquello o aquél que se acerca, que se encuentra con Dios, que abre su corazón a Dios, que se ofrezca a Dios y que consagre su vida a él», afirmó Mons. Montero.
«Hablamos también que un lugar es santo, cuando un edificio se dedica a Dios, se consagra para el culto divino, en esos edificios se celebra oraciones, sacramentos y otros», afirmó el prelado. No obstante, recordó que más que los edificios, es importante mirarnos nosotros.
«Nosotros tenemos que cuidarnos mucho de no pensar que uno se santifica automáticamente, yo me pongo esta medalla que está bendita y automáticamente me santifico, me dejo este escapulario y que me hechen agua bendita y ya estoy bendito; pero no, en términos cristianos no es automáticamente», recordó Mons. Montero.
«Lo externo nos sirve para encontrarnos con Dios, pero de nada sirve si no hay disposición, si no le damos espacio entre el corazón, si no nos esforzamos a hacer que nuestra vida sea una vida verdaderamente dedicada a él y una vida según su voluntad; si no es así, a mí me pueden echar todo el agua bendita que quiera y yo me puedo santiguar todas las veces que quiera, que no hay tal santificación», puntualizó el prelado en su enseñanza.
Luego, refiriéndose concretamente a la profanación, el obispo indicó: «el templo que ha sido y es dedicado para la gloria de Dios y su culto, si ha sido profanado, porque ha sido utilizado para un mal y no para el fin que le corresponde, ese templo es agraviado y hay que hacer un acto de desagravio, oramos para volverlo a usar tal como Dios lo quiere».
«Un templo sirve para muchas cosas, pero básicamente sirve para que podamos celebrar el gran culto a Dios que es la Eucaristía, esta es la finalidad principal de un templo», insistió el prelado, al tiempo que dijo que Jesús no se quedaba en un sagrario solo para guardarlo o como especie de reliquia, sino que bien claro nos dijo que él murió y resucitó porque «este es mi Cuerpo, tomen y coman, esta es mi Sangre, tomen y vivan; se quedó para que nosotros podamos comer el Cuerpo de Cristo y beber de su Sangre; en el tabernáculo está para que de manera permanente recordemos lo que celebramos el domingo y para que se pueda llevar a los enfermos», indicó.
«La Eucaristía es lo más grande que el Señor nos pudo haber dejado y lo más grande que nosotros podemos celebrar aquí en esta tierra, es la manera más grande de santificarnos; el nos dejó dos mandatos…, uno es tomen y coman que este es mi Cuerpo, tomen y beban mi Sangre, el segundo fue ámense los unos a los otros como yo los he amado; quiere decir que si el templo es principalmente para la celebración eucarística, es principalmente para que nosotros tengamos la fuerza de amarnos como él nos enseñó. Ahí está la razón fundamental, para que en un templo dedicado a Dios que ha sido profanado, nosotros hagamos una oración para que vuelva a ser lo que Dios quiere que sea», afirmó con dolor el obispo.
Finalmente, el obispo diocesano agregó: «de muchas cosas deberíamos hoy pedirle al Señor perdón, en eso estamos, pidiendo perdón porque nosotros podemos decir, esos sinvergüenzas que se metieron al templo y se robaron la Eucaristía…, pero si cada uno de nosotros se examina tendrá que decir yo también he profanado el cuerpo de Cristo, yo también he profanado mi propio cuerpo, yo también he profanado el cuerpo de los demás, y no me puedo sentir tan bueno…; yo nunca he profanado el sagrario pero quizá muchas veces lo hemos profanado usando nuestro cuerpo, emborrachándonos o usándolo mal para la sexualidad, abusando de otra persona o criticando, haciendo mal a otra persona, odiando a otra persona, porque así estamos profanando el cuerpo del señor, de tu persona y en la persona del otro», señaló.