Llevando consigo tantas experiencias duras de entrega y sacrificio, la vida de José María Arguedas Méndez no termina ahí, sino que él mismo recuerda cómo un libro empezó a cambiarle su vida, un momento donde siente que Dios lo rescató. Al conocer a una joven, ciertamente se ilusionó un tanto vaticinando sobre su futuro, soñándose quizá “casado, padre de muchos hijos y propietario de grandes haciendas”, y aunque fue esto lo que le llevó aquel día donde su hermano, paradójicamente éste le terminaría obsequiando un Nuevo Testamento que lo cambiaría todo.
“Una tarde llena de gracia y de la misericordia del Señor, comencé a leerlo con más cuidado, la lectura me fue gustando…, me parecía que con ella me sentí inclinado a reflexionar sobre mi vida”, hasta que un día leí Mt 16, 26: “de qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si él mismo se pierde y una vez perdido de qué le servirá… fue para mí el golpe de gracia”, recordará el Padre Chemita en su obra. Aquél momento hizo cambiar su norte, ahora se preocuparía por la doctrina y la piedad cristiana; fue así, como a la débil luz de un candil prosiguió leyendo muchos libros, incluso contra la voluntad de su madre que temía por su cordura. “Con 19 años y este Nuevo Testamento, caí en cuenta que si bien había hecho la primera comunión, con muchos costos a mis diez años, entregado al trabajo había olvidado confesarme y acercarme a Él”, nos dijo Chemita en la entrevista concedida a Radio Sinaí.
Envuelto en una lucha interna entre sus proyectos humanos y la idea de consagrar su vida al Señor, vivió el Padre Chemita entre los 19 y 23 años, edad en la que toma una decisión que el mismo describe así: “en una plácida y venturosa mañana que me dirigía hacia los trabajaderos… era el mes de marzo, época de preparación de la tierra para la siembra; caminaba por el estrecho sendero con mi pala sobre los hombros… de pronto comencé a sentir un gran vacío, y todas mis ilusiones de poder y grandeza me parecieron vanas…” Así, decidió irse a confesar “porque estaba muerto, tenía vida natural pero sobrenaturalmente dormía en la tumba nauseabunda del pecado”; luego de la confesión, el Padre Chemita recuerda caer “de rodillas ante Jesús Sacramentado, quien tanto había esperado por mí…, temblaba y lloraba al mismo tiempo, temeroso por un lado y por otro lleno de felicidad”.
Será ahí donde empezó a saborear abundantemente la dulzura de la gracia divina y “descubrí en la oración la fuente de vida”, donde papel importante tuvo el rosario que había aprendido siendo niño de su propia madre y aunque lo había olvidado con el paso de los años, volvía a convertirse en compañía y fortaleza para el día. En este momento, ofreció hacer los primeros viernes al Sagrado Corazón “pidiendo la gracia de una definición para mi vida y la fuerza necesaria, para abrazar con gusto el estado de vida que fuera con el consecuente desprendimiento”, pues sabía que esto superaba sus fuerzas naturales, ya que por años había luchado sin respuesta alguna.
Es ahí donde surge la primera opción de iniciar una vida religiosa, en aquella experiencia el responsable le destina a las labores domésticas por falta de reconocimiento de sus estudios, no obstante su mayor dificultad era causada por la separación de su madre, la cual incluso cae enferma en aquellos días y pasa meses sin saber nada de ella. Aunque el siguiente año, es admitido a sexto grado en la Escuela 12 de marzo de 1948, y esto le alegra; por otro lado, su desilusión era alta, al darse cuenta que la supuesta congregación religiosa en la que se encontraba no era más que un grupo de personas de buena voluntad que prestaban algún servicio como catequistas. Juzgado por el responsable de falta de desprendimiento, regresó a su casa con las manos vacías, portando sólo un mapa de Costa Rica que le habían dado en la escuela. Aquel intento fallido por momentos parecían aplastar las aspiraciones de José María, así que regresó a trabajar al campo, a ganar nuevamente para su vestido pues todo lo había dejado, mientras esperaba entre los campos de Santa Fe de Pejibaye, la manifestación divina.
Este signo, llega una tarde de neblina cuando recibe una carta de Fray Casiano de Madrid, en este documento se podía leer: “aunque no tengo el gusto de conocerle, por medio de Rubén, su amigo… he podido darme cuenta de sus buenos deseos de consagrarse… si usted algún día toma la decisión definitiva, ya sabe que tiene las puertas abiertas…”. Al conocer la noticia, su madre fue clara: “¿ahora que ya me había encariñado y acostumbrado a su compañía me va a dejar otra vez? Usted me hace mucha falta… pero si es Dios que lo está llamando, no me lo voy a disputar con Él….” Fue así como inició una caminata de dos días hasta San Isidro, no sin antes tener que ser fuerte ante las lágrimas de su madre que le pedía en su partida no lo hiciera y la poca motivación de su hermano al cuestionarle que si después del fracaso tenido quería intentarlo nuevamente.
Ya en Puntarenas, fue recibido por el mismo Fray Casiano de Madrid, al cual recuerda como todo un signo de santidad; aquella primera noche, Chemita precisa haber tenido un sueño: caminar mucho como en busca de alguien entre hondonadas y llanuras, cada vez más extensiones que al final se confundían con el azul del cielo, finalmente en su sueño llegó donde había mucho ganado y le dijeron que debía cuidarlo…, he decidido redactar este singular sueño, porque si bien para Chemita se debía al cansancio de su extenuante viaje, para Fray Casiano tenía un significado místico: “esa cantidad de ganado que usted ha visto son las muchas almas que Dios le encomendará”, fijo el fraile al joven Arguedas. Hoy, al paso de los años, no dudo que el sueño se debía al cansancio, pero tampoco dudo de la excelente interpretación del fraile Casiano, que a la postre de los años quedará más que documentado en el ministerio de Chemita.
Soñando con la santificación personal, José María Arguedas fue enviado a realizar su postulantado en San Ramón de Alajuela el 20 de julio de 1959, y el 4 octubre de ese mismo año vestirá “el santo hábito franciscano en la Capilla del Hospital San Rafael en Puntarenas, aquel fue el día más lindo de mi vida, pues al llevar el hábito de San Francisco de Asís, sentía haber realizado el sueño dorado de mi vida”, señala tiempo después el fraile y sacerdote Arguedas. Igualmente, realizó el noviciado en San Ramón, tiempo en que mezclaba su lectura personal que nunca abandonó con los servicios de sacristán, conserje, cocinero y portero; pero acá, hay un nuevo detalle de vida, por aquel tiempo algunos muchachos iban al colegio, entonces nuestro querido Chemita empezó a copiar los resúmenes de aquellos estudiantes para poder conocer y ampliar su conocimiento, sólo así recuerda él mismo, podría hablar con aquellos jóvenes que tenían más oportunidad; y una vez más, descubrimos los enormes esfuerzos que hizo Chemita por formarse cuando todo le era adverso.
Con el paso del tiempo, Fray Casiano nombrará al fraile Arguedas maestro de novicios, pero una desavenencia con Fray Casiano por motivos de la imperiosa necesidad de fortalecer la formación académica de los frailes y la suya propia, trae como consecuencia que Arguedas Méndez tome la decisión de salir de la congregación por poco más de dos meses; durante este tiempo, habiéndose presentado ante Mons. Delfín Quesada (I obispo de San Isidro) para servir como catequista, es enviado a Pejibaye, comunidad que caminó vestido de fraile (el obispo le pidió no quitarse el hábito) visitando Desamparados y Zapote…; sin embargo, Dios lo traería de regreso a la experiencia franciscana gracias al consejo oportuno de su hermano y su madre, así el joven José María fue enviado a la casa franciscana que tenían en Paso Ancho y esto, aumentó aún más el interés de formación académica en el joven Arguedas; sólo para entonces, obtendrá el reconocimiento de sus estudios primarios, gracias a un examen de suficiencia, cuando contaba con 23 años de edad.
Ahí, se animó a comunicarle a Fray Casiano sus deseos de emprender el estudio eclesiástico, en aquella oportunidad recuerda el Padre Chemita, que Fray Casiano le dijo: “aunque me sorprende su decisión debo confesarle que no hasta el extremo, ya que he visto en usted una marcada tendencia a los estudios; yo estoy muy pronto a dar cuentas a Dios y no será Fray Casiano quien tenga que responder ante Él, de haber arrancado a un sacerdote del altar”. Y así, aunque sintió el apoyo del fraile español, éste le manifestó que su sueño de sacerdocio no podría ser dentro de la congregación, a lo que el joven Arguedas tuvo que guardar silencio y saber esperar, pues no se sentía llamado a ser sacerdote diocesano sino religioso. No obstante, clandestinamente se había matriculado en el bachillerato por madurez y aguardaba terminar pronto sin saber qué depararía el futuro.
A la muerte de fray Casiano en 1965, el fraile Arguedas continuó por casi dos años en el Hogar Monserrat en Puntarenas mientras continuaba con sus estudios por madurez, y ante el cierre inminente de las casas de la congregación que existían en aquella época, Arguedas Méndez habla con Mons. Román Arrieta, obispo de Tilarán en aquél momento, y le pide permiso para ingresar al Seminario Central, pero una vez más un obstáculo se asoma en el horizonte y pierde una asignatura de bachiller; no obstante, con el visto bueno del obispo inicia el proceso, y al cabo del primer año, no solo pasa la asignatura pendiente sino que es claro con Mons. Arrieta de sus intenciones de formación con miras a la reorganización de la congregación, como providencia divina, al llegar es recibido por quien luego llegaría a ser Mons. Ignacio Trejos Picado, en aquel momento rector del Seminario, quien al comentarle sus intenciones, fue claro en recordarle que los grandes ideales cuestan mucho.
Si su vida no había sido fácil, tampoco lo sería el seminario, luego de 7 años de vida religiosa, con 32 años de edad se encontró casi doblando la edad de sus compañeros, su seriedad contrastaba con la fogosidad de sus jóvenes de estudio, su primaria y secundaria habían sido totalmente irregular mientras los otros seminaristas gozaban de todo un proceso…, todo lo anterior le hacía sentirse incómodo. En aquellas circunstancias, el Padre Chemita recuerda una triste experiencia, cuando el encargado de estudios le dijo: “yo veo muy difícil que vos podas estudiar aquí, pues han venido muchachos con sus estudios de primaria y secundaria bien realizados y tienen que salir porque no les da el coeficiente intelectual, en latín y en griego te va a tocar un profesor muy bueno pero por lo mismo es exigente, y yo en filosofía e historia de la filosofía ahorita me soplo y a mí no es todo el que me pesca, y peor en el caso tuyo que venís con una base económica tan escasa”; ante aquellas grotescas palabras, el joven José María atinó a decir: “vea padre, hace doce años me llamó el Señor, en aquel momento estaba en cero… de manera que el Señor me ha traído de cero hasta aquí y sería muy ingrato si en estos momentos comenzara a dudar”; razón sobrada tendría Chemita para llorar de alegría cuando el mismo prefecto de estudios tuvo que tragarse sus palabras y felicitarle al cabo del año con los exámenes en mano, pues como bien recuerda y expresa el Padre Chemita: “Dios tuvo misericordia y me ayudó para que aprobara con buenas notas”.
Así, el camino formativo del Padre Chemita no fue fácil nunca, pero durante todo este camino sintió la fidelidad de Dios; así, lleno de felicidad por su primer pase, se enfrentaría a una nueva necesidad, rápidamente le embarga la tristeza el saber que al día siguiente saldría a vacaciones y no tenía ni un colón, una vez más su humanidad flaqueaba, pero al despertar encontró un dinero bajo la puerta…, algún compañero conocedor de su necesidad hizo la caridad, pero sin duda era cumplimiento de aquello que fielmente cree: “Dios velará por mí”.
Aferrado a la “Providencia Divina” siguió viviendo cada año de formación, mientras soñaba con restaurar la extinta obra de Fray Casiano, quien entregó su vida por los niños abandonados. Estando en el seminario, vino la posibilidad de regresar a su amada Diócesis de San Isidro, como podemos imaginar aquella decisión no fue muy agradable para su entonces obispo Arrieta, pero en 1971 finalmente le dejó en libertad, para que Mons. Delfín Quesada Castro le recibiera en la diócesis donde había labrado los campos con sus manos en la siembra de productos, manos que luego estarían preparadas para la siembra del evangelio y para la cosecha de los frutos…, si Chemita había trabajado las extensas y calurosas tierras de Pérez, ahora empezaba un proceso que le llevaría a trabajar las extensas parroquias del Sur del país.
Así, podemos descubrir en Chemita un testimonio viviente, un creyente que aferrado a su fe y respuesta a Dios no se vio doblegado por los obstáculos propios y extraños de un camino formativo…, un joven que no se rindió ante los miedos infundados, un joven que jamás claudicó antes las carencias económicas, donde ni las aparentes puertas que se cerraban pudieron menoscabar su fe y su firmeza en la respuesta…; si Dios llamaba, el camino era responder con generosidad, si Dios quería… la Providencia Divina haría lo suyo, a él sólo le tocaba confiar. Por tanto, Chemita fue, es y será, un testimonio para cada seminarista que busca en esta vocación su respuesta personal a Dios en la Iglesia.